Esta es la primera parte de las cinco en las que está dividido el relato de la Transpirenaica a pie por el GR11 entre el Cap de Creus y el Cabo de Higuer:
Parte 1: de Cap de Creus (día 1) a Setcases (día 5)
Parte 2: de Setcases (día 6) a Estaon (día 11)
Parte 3: de Estaon (día 12) a Pineta (día 17)
Parte 4: de Pineta (día 18) a Lizara (día 23)
Parte 5: de Lizara (día 24) al Cabo de Higuer (día 29)
Introducción
El sendero de gran recorrido GR11, conocido también como la senda pirenaica, es un itinerario señalizado que atraviesa en su totalidad los Pirineos, enlazando el cabo Higuer, en el Cantábrico, con el cabo de Creus, en el Mediterráneo. El trazado no busca ascender cimas sino cruzar de un valle a otro para unir los dos mares, y se mantiene siempre en el lado español de la cordillera, con la excepción del paso por Andorra. Dependiendo de las variantes elegidas supone un recorrido de unos 850 kilómetros. En la vertiente francesa existe otra ruta transpirenaica señalizada, el GR10, que enlaza Hendaya con Banyuls en un recorrido más largo, de cerca de 900 kilómetros. Entre ambas rutas, GR11 español y GR10 francés, hay unos 60 senderos transfronterizos marcados, denominados GRT, que permiten enlazar una con la otra.
Existe aún una tercera «transpirenaica» que no tiene la consideración de GR homologado y que, al contrario que el GR10 y el GR11, busca unir el Mediterráneo con el Cantábrico manteniéndose lo más cerca posible del eje axial de la cordillera, es decir, de las cimas más altas. Se trata de la HRP, siglas de Haute Randonée Pyrénéenne o Alta Ruta Pirenaica. En algunos tramos la HRP coincide con el GR10 o con el GR11, ya que, aunque discurre mayoritariamente por el lado francés, cruza en ocasiones la frontera.

El GR11 está dividido en 46 etapas, según han diseñado las federaciones de montaña de los territorios por los que pasa y, por algún motivo que desconozco, aunque probablemente fue por puro azar, se numeran desde el Cantábrico hacia el Mediterráneo. Es decir, la etapa 1 corresponde a «Cabo Higuer-Bera de Bidasoa» y la 46 a «El Port de la Selva-Cap de Creus». Esto hace que prácticamente todas las guías que existen (las publicadas en papel o las webs sobre el tema) describan el itinerario en sentido oeste-este y que, en consecuencia, la gran mayoría de las personas que lo recorren cada año lo empiecen en el Cabo Higuer y lo terminen en el de Creus. No hay estadísticas, pero basta buscar experiencias de senderistas en YouTube o en blogs, o ver las etapas publicadas en aplicaciones como Wikiloc, y se comprueba fácilmente que entre el 80 y el 90% van en sentido Cantábrico-Mediterráneo.
Como curiosidad, en la transpirenaica en bicicleta de montaña ocurre exactamente lo contrario: dado que se popularizó a partir de la aparición en 1996 de la guía «La Transpirenaica en BTT» de Jordi Laparra, y que el autor inició su periplo en Llançà, en la Costa Brava catalana, treinta años después la mayoría de los que la recorren lo siguen haciendo en el sentido Mediterráneo-Cantábrico en el que se describió originalmente.
Yo he decidido recorrer mi transpirenaica a pie en sentido Mediterráneo-Cantábrico, por la sencilla razón de que al caminar hacia el este se tiene el sol de cara durante toda la mañana, lo cual por un lado es más molesto y por otro perjudica enormemente a la hora de tomar fotos. Tener el sol a mi espalda durante la mayor parte de la jornada me ha parecido suficientemente importante como para llevar la contraria a casi todo el mundo.
Otra característica del GR11 es que, aunque gran parte de las etapas propuestas finalizan en poblaciones con algún tipo de alojamiento o en refugios de montaña guardados, otras lo hacen en lugares donde no hay nada, y es necesario acampar, o en refugios libres, simples cabañas sin ningún tipo de servicio. Esto implica cargar no solo con tienda, saco y resto de material de pernocta sino también con comida para varios días y todo lo necesario para prepararla. Yo he optado por rediseñar las etapas de forma que siempre las acabe en lugares con alojamiento (hotel o similar, turismo rural, refugio guardado…) y donde pueda cenar y desayunar. De esa manera evito cargar con el material de pernocta, cocina y provisiones, y, viajando en modo «ultraligero», he conseguido reducir el peso base de la mochila a solo 4,5 kg (se considera peso base el que no incluye elementos que van gastándose y cuyo peso oscila cada día como agua o alimentos). Mi rediseño implica juntar a veces dos o incluso tres etapas en una, y mi previsión, si no hay contratiempos, es realizar la travesía en unos 26 días. Es un «círculo virtuoso»: si se busca dormir siempre en alojamientos «con cama y comida» se evita cargar con un montón de peso, lo cual permite hacer etapas más largas, lo que a su vez permite diseñar etapas que acaben siempre en lugares con alojamientos…

40-45 días es la duración más habitual de la transpirenaica, pero no es tan raro encontrar quien la hace en modo más ligero y rápido en 25-30 etapas como yo me he propuesto. Por debajo de esa cifra, por ejemplo 15-20 días, probablemente no hablaríamos de “senderismo” sino de “trail running”, ya que inevitablemente implica realizar tramos corriendo. Y luego está Kilian Jornet, que en junio de 2010 recorrió la transpirenaica en 8 etapas, corriendo algo más de 100 kilómetros cada día…
El reto, para mí, es mayúsculo, el mayor de carácter deportivo que me he propuesto nunca y, ciertamente, mucho más difícil y duro físicamente que cualquier otra de las rutas a pie o en bicicleta que he relatado en este blog. Para iniciarlo, hoy he llegado a Cadaqués, la población más cercana al cabo, desde donde mañana temprano me pongo en marcha. Veremos si lo consigo…

Día 1, de Cap de Creus a Vilamaniscle (24/08/24)
Desde el faro de Cap de Creus recorro despacio los 600 metros del sendero que, a través de las rocas, me acerca a la punta del cabo. Aquí, a escasos metros del agua, se encuentra el círculo blanco con un punto rojo en el centro que marca el inicio (o el final) del sendero de largo recorrido GR11, también conocido como la Senda Pirenaica. Mirándolo no puedo evitar sobrecogerme por la magnitud del reto que tengo por delante. Si, generalmente, en las rutas a pie o en bicicleta que he hecho anteriormente y que he relatado en este blog, nunca dudaba de que, salvo accidente o circunstancias imprevistas graves, podría terminarlas, esta vez no las tengo todas conmigo. No sé cuantificar las probabilidades de llegar al Faro Higuer, ¿50% tal vez?, pero tengo claro que hacerlo en el número de etapas que me he propuesto será tremendamente duro.

El sol se está elevando en el horizonte mientras la tramontana, el viento del norte, sopla con fuerza y casi me impide mantenerme quieto. Así que, sin tiempo para darle demasiadas vueltas, me pongo en marcha, iniciando mi largo camino hacia el Cantábrico. Paso de nuevo por el faro, donde ya arranqué hace un par de años el Camino de Santiago en BTT que me llevó de Cap de Creus a Fisterra, y sigo las marcas del GR que me acompañarán a todas horas durante muchos días a partir de hoy. El itinerario avanza por un sendero pedregoso entre la carretera y el mar, hasta que tres kilómetros después, una vez bordeada una pequeña playa, la Cala Jugadora, cruza el asfalto por última vez para tomar una pista de tierra.

El paisaje es totalmente mediterráneo, con predominio de arbustos, ya que los fuertes vientos que soplan a menudo en la zona, y en particular la tramontana, como hoy, unido a la salinidad, dificultan el crecimiento de especies arbóreas. Las formas retorcidas de los arbustos son testimonio de la frecuencia e intensidad del viento.

Tras unos kilómetros de pista, el GR continúa por senderos algo más complicados, con constantes subidas y bajadas. A medida que avanzo aparecen algunas especies de árboles, mayoritariamente pinos y alcornoques. Continúo y poco después me cruzo con el primer senderista que, aparentemente, está haciendo el GR11. Viene en dirección contraria, así que le quedan poco menos de 9 kilómetros para acabar su aventura, ¡Qué lejos veo el final de la mía!

Más adelante cruzo las ruinas de la ermita de Sant Baldiri de Taballera tras la cual, por una pista, voy descendiendo hacia Port de la Selva.

Port de la Selva es una población de casas blancas que, aunque antaño vivía de la pesca y la agricultura, hoy lo hace mayoritariamente del turismo, sin haber perdido del todo su encanto. Aprovecho la travesía para parar a desayunar. Cuando continúo, me cruzo con una pareja de senderistas que, muy probablemente, están terminando el GR. Nos saludamos y les aplaudo… ¡están a 15 kilómetros del final!

Desde Port de la Selva se inicia la dura ascensión al monasterio de Sant Pere de Rodes. Primero por un camino paralelo a la carretera y luego por un sendero precioso que me lleva al pequeño núcleo de la Selva de Mar donde me detengo brevemente a tomar un café. Desde aquí hasta el monasterio hay que salvar unos 500 metros de desnivel en poco más de tres kilómetros. Hace calor, aunque el viento lo hace más soportable, y es duro, el primer ascenso relevante del GR11, pero los tramos de sendero entre paredes de piedra seca y rodeados de olivos y alcornoques son preciosos.

Aunque probablemente se levantó sobre edificios más antiguos, el monasterio benedictino de Sant Pere de Rodes tiene su origen a finales del siglo IX y la iglesia que hoy podemos contemplar se construyó entre los siglos X y XI. En los siguientes trescientos años viviría su época de mayor esplendor, convirtiéndose en un importante centro de poder espiritual, económico y político, hasta iniciar un lento declive y decadencia a partir del siglo XIV, que lo llevó al abandono definitivo em 1835. En los últimos años, sin embargo, ha seguido un proceso de restauración que lentamente va recuperando su estampa original.

Contemplando la abadía desde lo alto de la Sierra de Verdera se levanta también el castillo de Sant Salvador, aunque el GR11 no pasa por ahí.
Por donde sí pasa es por los restos del poblado de la Santa Creu y la ermita de Santa Helena, a unos cientos de metros de Sant Pere de Rodes, que es donde habitaban los artesanos, comerciantes y demás personas que daban servicio a la comunidad monástica. Por eso se dice que en este espacio se reúnen tres elementos que representan los puntales de la sociedad feudal: los que rezan, en el monasterio; los que producen, en el poblado de la Santa Creu, y los que luchan, en el castillo.

Sigo por un tramo por el cordal de la montaña, sin ganar ni perder demasiada altura, hasta un punto llamado Coll del Perer, desde donde se inicia un rápido descenso hacia Llançà, otro municipio dedicado fundamentalmente al turismo y que el GR bordea sin apenas entrar al casco urbano. Aún así, aprovecho que la ruta pasa junto a un supermercado de las afueras para comprarme algo de comida y bebida. Eran las tres de la tarde.

Desde Llançà el GR11 continúa por una pista polvorienta que va serpenteando por las primeras estribaciones de la Sierra de la Albera, que cruzaré mayoritariamente mañana. En los nueve kilómetros que restan hasta el final de la etapa he de ascender dos pequeños puertos. El primero es el Coll de Ses Portes, desde el que a mi espalda contemplo por última vez el mar. Pienso que para los que vienen del Cantábrico debe ser una visión muy impactante después de tantos días atravesando los Pirineos (una vez hecha la etapa siguiente, rectifico: el mar se puede ver desde diversos collados más lejanos que éste, pero realmente aquí es la primera vez que se ve próximo, casi a tocar).
Al descender del collado se pasa por la ermita románica de Sant Silvestre de Velleta, aislada entre alcornoques, y luego se asciende al último puerto del día, el pequeño Coll de La Serra, desde donde solo quedan un par de kilómetros hasta Vilamaniscle, un tranquilo y discreto pueblo del interior del Alt Empordà que ya se ve a mis pies, con una barrera de montañas más imponentes que las de hoy como telón de fondo y que espero atravesar en los próximos días.

Balance del día: 38,9 km y 1.487 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 2, de Vilamaniscle a La Jonquera (25/08/24)
Los primeros kilómetros del día son por asfalto y abundan los viñedos, ya que aquí se producen vinos de la denominación de origen Empordà. Este territorio, en el que empecé a internarme al final de la etapa de ayer y que recorreré durante toda esta jornada, es la Sierra de la Albera, nombre que recibe el macizo oriental de los Pirineos, los últimos contrafuertes montañosos antes de morir en el Mediterráneo. Los collados de esta zona, como el Coll del Pertús, el de Panissars o el de Banyuls, son los de menor altitud de toda la cordillera, y por eso han sido vías de paso entre la Península Ibérica y el resto del continente desde tiempos inmemoriales, siendo atravesados, por ejemplo, por las vías romanas Augusta y Domitia.

Tras seis kilómetros llego al Monasterio de Sant Quirze de Colera, en proceso de restauración y que, como el de Sant Pere de Rodes por donde pasé ayer, perteneció originariamente a la orden benedictina. Pasado el templo se inicia un fuerte ascenso combinando pistas y senderos. Algunos tramos son tan estrechos, invadidos por la maleza, que cuesta pasar.

El entorno continúa siendo mediterráneo, todavía muy diferente a lo que asociaríamos con el paisaje pirenaico típico. El ascenso termina en un alto, el Coll de la Plaja, desde donde me doy cuenta, mirando hacia atrás, que a lo lejos se ve el mar, así que me precipité cuando ayer escribí que desde el Coll de Ses Portes, pasado Llançà, los que vienen del Cantábrico contemplarían por primera vez el Mediterráneo. Es cierto, sin embargo, que desde allí se ve “a tocar”, mientras que desde aquí es una imagen borrosa en la distancia que, además, corresponde al golfo de Roses, al sur de la Península del Cap de Creus, y no a la parte del Mediterráneo, más al norte, donde acabarán finalmente llegando al mar los que finalicen el GR11.
El descenso del Coll de la Plaja es similar a la subida, por una pista que en ocasiones se acorta por tramos de sendero invadidos por la maleza y en los que acabo con algunos arañazos. En mitad de uno de estos senderos se pasa por una pequeña fuente bautizada, acertadamente, como “Fonteta”, que puede traducirse por “fuentecilla”…

El camino sigue descendiendo hasta una gran masía llamada Mas Pils. Al llegar a ella se acaba la pista y me incorporo a la carretera asfaltada que, en dirección norte, en pocos kilómetros me llevaría al Coll de Banyuls, un puerto por el que se cruza a Francia. El GR, sin embargo, sigue en dirección contraria, y durante cinco kilómetros circulo por la carretera rodeado, mayoritariamente, de alcornoques y olivos. El paisaje es bonito, pero caminar por el asfalto caliente se hace duro.

Justo en el punto en el que se abandona por fin la carretera para tomar una nueva pista, se pasa por una casa en cuya puerta, junto al camino, han dejado una mesa con garrafas de agua y un cartelito donde indican que es agua gratuita para los caminantes. Con el calor que hace se agradece mucho el gesto de estas almas caritativas, y me bebo tres o cuatro vasos. Poco después se pasa por una fuente marcada en los mapas como Font de Cadecas, pero que está seca y de la que no mana ni una gota de agua, lo que aún da más valor al gesto de la gente de la casa, ya que esperar encontrar una fuente después de horas andando y que al llegar esté seca, es muy frustrante.
De aquí arranca un tramo de sendero en ascenso y, en cuanto veo una sombra, paro un rato a descansar y a comer un plátano que llevaba. Sigo subiendo y acabo desembocando en Els Vilars, un núcleo de cuatro casas sin ningún servicio, pero donde encuentro una fuente de agua potable.

Luego viene un largo ascenso por una pista forestal por la que se suben dos pequeños altos, primero el Coll de l’Esparraguera, luego desciendo levemente, y a continuación, abandonando la pista y tomando un sendero, corono el segundo, el Coll de la Llosarda, desde donde constato, de nuevo, que se ve el mar en la lejanía, el Golfo de Roses. Paro en el collado a picar unos frutos secos y una barrita energética, ya que hoy no pasaré en toda la etapa por ningún bar o tienda, y mientras estaba allí me cruzo con una pareja que vienen haciendo el GR11 en sentido contrario.

Desde el alto desciendo por un sendero a través de un bosque muy bonito hasta el Mas de Mirapols, una masía abandonada, y sigo luego varios kilómetros por una pista forestal hasta las cercanías del castillo de Requesens, de origen medieval y cuya situación se explica por ser un territorio tradicionalmente de frontera y a la cercanía de los collados del Pertús y de Banyuls para atravesar la cordillera.
La pista rodea el castillo y llega al núcleo de Requesens, que no es realmente un pueblo sino una explotación ganadera y un par de casas más. Hace un tiempo hubo un bar restaurante pero cerró, y lo más que consigo es reponer agua en un grifo que hay en el exterior de una de las casas.

Continúo por pista forestal ascendiendo a un nuevo alto, el último de la jornada. La subida es larga pero progresiva y por el camino se pasa junto a los restos de una avioneta, un DC-6, que se estrelló en 1986 cuando participaba en las labores de extinción de un incendio forestal, falleciendo sus cuatro ocupantes. Una placa los recuerda.

Llego finalmente al alto, el Coll de l’Auleda, desde el que una vez más constato que se ve el mar, aunque esta vez sí creo que se trata del primer punto desde el que los que vienen del Cantábrico pueden contemplar el Mediterráneo. Espero no tener que rectificar de nuevo en la etapa de mañana… Desde el collado, sorprendentemente, no se baja, sino que se sigue ascendiendo por un sendero que avanza por la loma de la montaña hasta coronar una pequeña colina, el Puig dels Falguers, de 774 metros de altitud.

Ya solo quedaban, aparentemente, seis kilómetros de bajada y fáciles hasta el final de la etapa. Sin embargo, se me han hecho particularmente duros, ya que la mayoría eran por un sendero pedregoso y estrecho, con algunos tramos complicados, y estaba bastante cansado. A partir del paso por la ermita de Santa Llúcia la cosa mejora y el camino se hace un poco más ancho. Siguiéndolo entro en La Jonquera, donde termino la jornada. Es un municipio marcado por su posición fronteriza y, aunque el negocio aduanero decayó notablemente desde la entrada de España en la Unión Europea y aún más desde el tratado de Schengen, ha sido remplazada por la intensa actividad comercial, aprovechando la diferencia de precios en muchos productos entre ambos lados de la frontera. Para el senderista es, probablemente, la población menos «pirenaica» de todo el GR11, pero hoy, al llegar, me ha parecido un pequeño paraíso.

Balance del día: 42,9 km y 1.318 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 3, de La Jonquera a Albanyà (26/08/24)
Salgo de La Jonquera cruzando por un túnel las infraestructuras de la zona, la autopista AP7, la carretera N-II y las vías del AVE, y enseguida me alejo por una pista que remonta suavemente a través de un alcornocal, un entorno idílico ajeno al bullicio de la población. El ruido del tráfico de coches y camiones, sin embargo, no deja de escucharse hasta que me alejo varios kilómetros.

Luego la pista desciende igual de suavemente y pasa por la ermita de Santa Eugènia. Por lo demás el paisaje continúa dominado por extensos alcornocales para la explotación del corcho. Cuando llevo hechos unos once kilómetros, la pista desemboca en una carretera por la que recorro, en ascenso, otros cuatro kilómetros hasta entrar en La Vajol.

Estos caminos fueron la vía de escape para miles de personas al final de la Guerra Civil española, tanto refugiados anónimos como altos cargos de los gobiernos de la República y de la Generalitat de Catalunya, y la historia de La Vajol está íntimamente relacionada con ese episodio histórico. El presidente de la República, Manuel Azaña, por ejemplo, estuvo instalado un tiempo en una masía de la zona, antes de pasar a Francia. Yo aprovecho para desayunar un bocadillo que también ha sido histórico.

Se continúa brevemente por carretera, entre algunos viñedos, pero enseguida se toma un camino que pasa por la Mina Canta, también conocida como Mina de Negrín, una antigua mina de talco sobre la que se construyó un edificio de hormigón que disimulara su entrada, para ser empleada durante la Guerra Civil para almacenar cuadros del Museo del Prado y lingotes de oro del Banco de España, hasta que fueron trasladados a Francia. Luego continúo, mayoritariamente por senderos, cruzando bosques de alcornoques durante varios kilómetros.

Antes de llegar a Maçanet de Cabrenys se pasa un tramo de bosque particularmente bonito. Cuando finalmente entro en esta población, compro en una panadería un par de yogures, un Aquarius, un plátano y una porción de bizcocho y me lo como todo sentado a la sombra.

Continúo por una pista polvorienta, cruzando interminables bosques en los que sigue predominando el alcornoque, hasta tomar un sendero que desemboca junto a un bar-restaurante aislado, el Molí d’en Robert, donde paro a tomar un café y un helado. El restaurante, como su nombre indica, ocupa un antiguo molino que estaba situado a la orilla de un riachuelo cuya corriente debía moverlo. Tras cruzar ese río hay que remontar por el otro lado del valle durante varios kilómetros por una pista con muy poca sombra, y con el calor de las tres de la tarde se me ha hecho muy duro. Al contrario que los días anteriores, hoy no sopla el viento para ayudar a hacer más soportable el calor. El ascenso termina en un alto, el Coll d’Oliveda.

Aunque se desciende levemente, enseguida se empieza la ascensión a un nuevo alto, la Collada de la Trilla. Sin embargo, la subida es mucho más amena, ya que se deja la pista y se hace mayoritariamente por senderos por el bosque que, además de ser más bonitos y más divertidos, están casi siempre en sombra. La diferencia de temperatura es abismal. En este bosque noto como la vegetación poco a poco va cambiando y, por primera vez, además de los alcornoques empiezan a predominar los pinos.

Sigo ascendiendo durante varios kilómetros hasta coronar el collado, en el que hay una casa aparentemente abandonada y una pequeña zona de pastos. Desde aquí desciendo, combinando pistas forestales y senderos, hasta Albanyà, aunque una vez en la población todavía me queda andar un kilómetro más hasta el camping Bassegoda Park, donde dormiré hoy y donde doy por acabada otra larga etapa.

Balance del día: 43,9 km y 1.412 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 4, de Albanyà a Beget (28/08/24)
Hoy, nada más dejar atrás el camping Bassegoda Park, inicio el primer gran ascenso del GR11 desde que salí del Cap de Creus. Subidas ha habido muchas, pero esta es la primera vez que hay que salvar mil metros de desnivel seguidos. Se trata de ascender el Coll de Principi, aunque en realidad se pasan varios collados menores antes del principal. El primero de ellos es el de la Teia y se llega después de poco más de cuatro kilómetros. El ascenso se hace por una pista cementada y tramos de sendero. Éstos suelen acortar las curvas de la pista, por lo que en ocasiones tienen pendientes muy fuertes.

Pasado el Coll de la Teia, que es un cruce de caminos, prosigo por la pista cementada, descendiendo ligeramente, hasta que la abandono por un camino de tierra que baja más bruscamente hasta llegar a la iglesia de Sant Martí de Corsavell, del siglo XII y enclavada, solitaria, en medio del bosque.

Desde aquí por un sendero pedregoso remonto el desnivel que he perdido, hasta conectar de nuevo con la pista cementada, justo en el punto en el que hay un nuevo alto conocido como Collada de Can Nou. El paisaje, como ayer, lo forman espectaculares bosques de pinos o alcornoques, pero hoy, además, hay grandes zonas de hayedo.

Sigo ascendiendo, ahora por una pista de tierra, hasta que al pasar junto a una masía la abandono para tomar un sendero pedregoso que me lleva hasta el refugio de Bassegoda, un refugio libre que es usado a menudo como final de etapa en la transpirenaica.

Pasado el refugio se sigue ascendiendo por un sendero con grandes bloques de piedra. El entorno es muy bonito, pero la subida es dura. Finalmente el camino lleva hasta un pequeño llano con pastos y pinos, que es el Collado de Bassegoda. Allí coincido con una pareja de suizos que acaban de desmontar el campamento, ya que han acampado aquí, y que están haciendo el GR11 en dirección al Cantábrico. Son los primeros en estos cuatro días que encuentro haciendo la transpirenaica en el mismo sentido que yo, pues hasta ahora, aunque me había cruzado con tres o cuatro personas al día, siempre iban en dirección contraria.

Por una pista forestal rodeada de altísimos pinos se sigue ahora unos cientos de metros y se llega a un nuevo alto, que ya es el definitivo, el Coll de Principi, de 1.103 metros. Desde el camping hasta aquí han sido 945 metros de desnivel en unos 10 kilómetros, y no solo es el primer gran ascenso del GR11, sino que también es la primera vez que se superan los 1.000 metros de altitud.
Continúo por la pista forestal, ahora en bajada, hasta que pronto la abandono por un sendero que desciende con fuerte pendiente, como en el ascenso por el otro lado. Aunque antes de seguir paro a comer un plátano y unas galletas, y a descansar un poco.

El sendero desciende durante varios kilómetros, siempre a través de bosques preciosos y rodeado de montañas con unas formas muy características, esas franjas de roca vertical desnuda que se alternan con otras con menos pendiente cubiertas de vegetación. Aunque como casi todo el rato camino por dentro del bosque, la mayor parte del tiempo no se ven.

El largo descenso, que ha sido muy bonito, termina en un riachuelo que hay que atravesar por unas piedras, para poco después volver a cruzar otro río, esta a vez por un puente colgante. Al otro lado se llega a Sant Aniol d’Aguja, ermita que fue parte de un antiguo monasterio benedictino fundado en este lugar en el siglo IX. La antigua rectoría se está reconvirtiendo en refugio y, cuando esté terminado, estará en un lugar espectacular. También hay una fuente, en la que aprovecho para comerme otro plátano y más galletas.

Desde aquí empieza una larga subida a un nuevo alto, el Coll de Talaixà. El camino para llegar es espectacular, un sendero por la ladera de la montaña que, en algunos lugares, parece cortado a pico, y que creo que transcurre por una de esas franjas de roca que se ven en las montañas de esta zona.

Hay un tramo con un cable para cogerse, pero en ningún momento hay sensación de peligro y el recorrido es realmente bonito. Al final corono el alto, en el que hay un refugio libre.

Tras haber ascendido el Coll de Talaixà, desciendo por un sendero, como creo que va a ser la tónica general de la transpirenaica: o se está subiendo o se está bajando, no hay término medio, ya que hay pocas llanuras. Cuando llego al fondo del valle cruzo por una pasarela el río Samsó.

Un breve momento plano paralelo al río, un último avituallamiento a base de un gel energético y unas nueces, y enseguida empiezo a remontar de nuevo por el lado contrario siguiendo una pista forestal. Este último alto del día es fácil y, una vez más, el camino atraviesa bosques magníficos.

Tras pasar por una casa abandonada llego a la collada dels Muls y empiezo a descender por una sucesión de senderos. Al final desemboco en una pista entre pastos que en dos o tres kilómetros me deja en Beget.

Beget es un pequeño pueblo “de postal” (quizás hoy día habría que decir que es “instagrameable”…) donde acabo esta etapa y donde, además, me encuentro con Blanca, mi hija, que me acompañará en las próximas etapas, ¡bienvenida a la transpirenaica!

Balance del día: 32,2 km y 1.712 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 5, de Beget a Setcases (29/08/24)
Hoy tocaba un larguísimo ascenso en el que durante 25 kilómetros van sucediéndose un collado tras otro sin apenas bajadas, para acabar descendiendo algo únicamente en los últimos kilómetros del día. Para ello, nos ponemos en marcha remontando durante cuatro kilómetros la Riera de Beget, el río que recorre el valle, casi siempre por un sendero, aunque también se combina con algún tramo corto de carretera. Al final, tras cruzar la riera por una pasarela, empezamos a alejarnos por un camino que asciende hasta un par de casas.

Seguimos siempre en subida, casi todo el camino por una pista forestal, excepto cuando la dejamos para cruzar por un sendero unos campos con helechos. La pista se abandona definitivamente al pasar junto a una casa de turismo rural, casa Etxalde, en la que dan ganas de quedarse.

Desde aquí se continúa por un sendero en dirección al primer puerto del día, el Coll de la Boixeda. Es un tramo muy bonito, aunque tiene mucha pendiente. Cuando finalmente llegamos al alto, no descendemos apenas sino que seguimos subiendo.

A partir de aquí cruzamos una zona de pastos, y me doy cuenta de que es la primera vez desde que salí del Cap de Creus que veo este tipo de paisaje, típicamente pirenaico. Realmente en la etapa de hoy se percibe claramente la transición entre el bosque mediterráneo y un paisaje más alpino. Poco después llegamos al segundo puerto del día, el Collet de la Costa.

Desde el collado se desciende ligeramente hasta cruzar el río Ritort y luego se recupera la altura perdida en una fuerte cuesta que nos deja en Molló. En esta población no encontramos ningún bar abierto, pero en una carnicería nos hacen unos bocadillos y en otra tienda compramos un par de latas de Aquarius, y nos lo tomamos todo tumbados en el césped que rodea la bonita iglesia románica de Santa Cecília de Molló. Un descanso que nos ha sentado de maravilla.

Seguimos subiendo por pistas, aunque a medida que ascendemos predominan los tramos en los que se avanza directamente a través de los pastos. Se confirma que el entorno ha cambiado completamente respecto a los días anteriores. Además, hasta ayer la altitud máxima por la que había pasado era 1.100 metros, mientras que hoy vamos a llegar a casi 1.900, y eso se ve claramente en el tipo de paisaje predominante.

Vemos vacas y caballos pastando, en la primera estampa claramente pirenaica desde que empecé el GR11, y las vistas de las montañas de alrededor son magníficas, especialmente cuando llegamos al siguiente alto, el collado de Fembra Morta.

Desde allí se continúa subiendo aún un poco más, ahora a través de un bosque de pino negro, hasta el collado definitivo, el Coll de Liens, de 1.865 metros de altitud. Las vistas son preciosas, y el bosque también.

Aún queda un repecho de subida más y empezamos a bajar. Hemos ascendido unos 1.600 metros de desnivel en 21 kilómetros, y ahora hay que descender 600 en 4 ó 5 km. El lugar es espectacular.

Los paisajes durante el descenso continúan siendo preciosos. Vamos combinando senderos bastante empinados con tramos de pista, hasta que finalmente terminamos la jornada en Setcases. Una etapa que nos ha encantado y que puede considerarse la primera realmente “pirenaica” desde el inicio en el Mediterráneo.

Balance del día: 25,4 km y 1.563 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Puedes leer aquí la continuación entre Setcases y Estaon.
