Introducción
Cuando el 22 de junio de 2021, siguiendo el Camino del Norte a pie, recorrí la etapa de San Vicente de la Barquera a Llanes, escribí en este blog: «Desde la salida de San Vicente de la Barquera el Camino del Norte coincide con otras indicaciones, flechas de color rojo y el símbolo de una cruz del mismo color. Se trata del Camino Lebaniego, que se inicia aquí y lleva al Monasterio de Santo Toribio de Liébana donde, según la tradición cristiana, se venera el que se supone que es el mayor fragmento de la cruz de Cristo. Además, desde dicho monasterio, enclavado en los Picos de Europa, también está señalizado como Camino de Santiago la continuación hacia el sur para enlazar con el Camino Francés en Mansilla de las Mulas, provincia de León. Por tanto es posible unir el Camino del Norte, en el que estoy, con el Francés a través de los Picos de Europa, siendo probablemente el Camino de Santiago más duro y montañero de todos los de la Península Ibérica. Deberes pendientes…» Hoy, cuatro años después, he regresado a San Vicente de la Barquera para dar cumplimiento desde mañana a esos «deberes pendientes».

¿Pero, qué es esta ruta señalizada con flechas y cruces rojas? Enclavado en un paraje espectacular de los Picos de Europa, el Monasterio de Santo Toribio de Liébana es un centro religioso de primer orden, ya que, según la tradición cristiana, alberga el Lignum Crucis, el que es considerado el mayor fragmento conservado de la cruz de Cristo. Su relevancia es tal que en el año 1512 el Papa Julio II le concedió el privilegio de celebrar su propio Año Jubilar, que se da cada vez que el 16 de abril, festividad de Santo Toribio, cae en domingo. Solo cinco lugares del mundo disponen de ese derecho a Jubileo: Roma, Santiago de Compostela, Jerusalén, Caravaca de la Cruz y Santo Toribio de Liébana, lo que da una idea de la importancia del reconocimiento.
La presencia de la reliquia y la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria atrajo a miles de fieles desde la Edad Media, en muchos casos como un destino complementario en su ruta hacia Santiago, convirtiéndose en unos de los cuatro mayores centros de peregrinación de la cristiandad. En el siglo XIX, con la desamortización de bienes religiosos, cayó en un cierto declive, pero con el impulso de las rutas de peregrinación de los últimos 20 años el monasterio ha recobrado relevancia, atrayendo de nuevo a peregrinos y a todo tipo de visitantes.

Existen diversos itinerarios señalizados que conectan con Santo Toribio de Liébana de forma radial desde todos los puntos cardinales. El más concurrido, y por ello conocido como «Camino Lebaniego» a secas, es el que proviene de San Vicente de la Barquera, en la costa de Cantabria. También desde la vertiente norte de la Cordillera Cantábrica hay otro ramal que se inicia en Oviedo, bautizado como «Camino Lebaniego Asturiano» o «Camín de los Santuarios». Llegando desde la Meseta, es decir por la vertiente sur, se puede partir desde Palencia («Camino Lebaniego Castellano»), Sahagún («Camino de Sahagún») o Mansilla de las Mulas («Camino Vadiniense»).

Además, todos estos itinerarios están conectados con Caminos de Santiago (el Camino del Norte en el caso de los que proceden del Cantábrico y el Camino Francés para los que lo hacen desde la Meseta), por lo que puede accederse desde cualquier otro lugar combinando diversas rutas. Y, de las combinaciones posibles, la más habitual es conectar el Camino del Norte desde San Vicente de la Barquera por el Camino Lebaniego y, al llegar a Santo Toribio, continuar por el Vadiniense hasta enlazar en Mansilla de las Mulas, a pocos kilómetros de León, con el Camino de Santiago Francés. Esta combinación Lebaniego + Vadiniense sería así uno más de los varios Caminos de Santiago que atraviesan la Cordillera Cantábrica para enlazar la costa con la Meseta, como el Camino del Baztán, el Camino Vasco del Interior o Vía de Bayona, el Camino Olvidado, el Camino del Valle del Mena, la Calzada de los Blendios, el Camino del Salvador o el Camino Primitivo.

En junio de 2021 llegué a San Vicente de la Barquera bajo la lluvia y me puse en marcha de la misma forma al día siguiente, por lo que prácticamente no recorrí las calles de la población. Hoy sí he podido pasear por su casco histórico, declarado Conjunto Histórico-Artístico, que conserva la estructura medieval con calles empedradas, antiguas murallas y la imponente iglesia gótica de Santa María de los Ángeles, levantada entre los siglos XIII y XVI. Su puerto pesquero, situado en la ría de San Vicente, y el Puente de la Maza, construido entre los siglos XV y XVI por orden de los Reyes Católicos y que conserva 28 arcos, completan la pintoresca imagen de villa marinera, que aún logra mantener.

Y, al fondo, entre las nubes, los Picos de Europa que he de cruzar en los próximos días, ¡Ultreia y Buen Camino!
Día 1, de San Vicente de la Barquera a Cicera (30/07/25)
Abandono San Vicente de la Barquera, alejándome del mar, por un par de kilómetros de asfalto, al inicio, y luego por una pista forestal. Enseguida estoy circulando entre colinas verdes, tan características de la costa Cantábrica.

Entre pastos ganaderos llego a Serdio y, poco después, al punto en el que los caminos del Norte y Lebaniego se separan, unos siete kilómetros desde el inicio de la etapa en San Vicente. Continúo, y un cuarto de hora más tarde, mayoritariamente por senderos entre helechos y zonas boscosas, entro en Muñorrodero, donde paro a desayunar, en el que será el último bar que encontraré en toda la etapa.

Desde el pueblo el Camino Lebaniego prosigue por la senda fluvial del Nansa, un itinerario señalizado por la ribera de este río, acondicionado como recorrido senderista y naturalista a partir de la unión de los diversos senderos utilizados tradicionalmente por los pescadores de salmón para acceder a sus cotos de pesca.

El recorrido es precioso. Predomina la vegetación de ribera como sauces y alisos, combinados con tramos de castaños, avellanos o encinas. En las zonas en las que el río es más estrecho se salvan desniveles por pasarelas y escaleras.

Hay un punto en el que está señalizada una variante alejándose del cauce del río, pensada para cuando el nivel del agua está alto, y otra para la época estival, es decir cuando hay menos agua. Prosigo por ésta, que me lleva a cruzar el río por un vado, haciendo equilibrios de piedra en piedra.

Más adelante, a unos unos ocho kilómetros desde el inicio de la senda fluvial, llego a la pequeña central hidroeléctrica de Trascudia. Aquí hay una fuente, una máquina de bebidas en medio de la nada y una pequeña área de descanso, donde paro un rato. Luego, el sendero se aleja momentáneamente de la orilla del río, ascendiendo un fuerte repecho por una de las laderas hasta descender por el lado contrario y acortar así uno de los meandros del Nansa. Cuando vuelvo a alcanzar el cauce estoy a la altura del puente del Tortorio, construido en 1761.

Cruzo el puente y sigo por una pista asfaltada hasta llegar a unas casas de turismo rural, en las que han preparado lo que han bautizado como “rincón del peregrino”, un trozo de césped con mesa y sillas, algo de sombra y una máquina expendedora. Aprovecho para beberme un Aquarius y comerme un plátano y unas galletas que llevaba.
En este lugar, el Camino Lebaniego continúa oficialmente por una carretera local que en 5,7 kilómetros lleva a Cades. Sin embargo, la misma senda fluvial que he seguido desde Muñorrodero continúa desde aquí y también lleva a Cades, por lo que mayoritariamente se utiliza esta alternativa, algo más corta, 4 kilómetros, pero sobre todo muchísimo más interesante que la carretera. Así que prosigo por la senda, que en este tramo parece una montaña rusa, subiendo y bajando constantemente.

Quinientos metros antes de Cades el sendero desemboca en una carretera asfaltada por la que se entra en la población. Es un municipio de casas muy diseminadas, por lo que realmente no se tiene la sensación real de cruzar un casco urbano. La carretera ya no se abandona, ya que los siguientes once kilómetros transcurren por ella, totalmente diferentes a los que acabo de hacer por la preciosa senda fluvial del Nansa.

No hay más remedio, así que voy recorriendo los kilómetros de asfalto cruzando varias aldeas sin servicios que mantienen, en general, las fachadas de piedra y los tejados de teja roja tradicional. El paisaje es bonito, aunque ir caminando por carretera nunca es excesivamente agradable.

En Sobrelapeña, y posteriormente en Lafuente, veo que algunas casas tienen sus propios manzanos, de los utilizados habitualmente para la elaboración casera de sidra.

Desde la salida de San Vicente de la Barquera el camino ha ido ascendiendo de forma constante pero suave, y salvo algún momento puntual casi ni se notaba la subida. Sin embargo, en estos kilómetros por carretera tras finalizar la senda fluvial, la pendiente ha empezado a ser mayor, y a partir de Lafuente ya se ha incrementado de forma notable, ya que se inicia el ascenso al único alto del día, el Collado de Hoz.
Al pasar por la aldea de Burió paro un rato junto a una fuente a comer unos frutos secos, antes de continuar por una pista cementada con tramos de fuerte pendiente.

A medido que asciendo el paisaje es cada vez más bonito. Tras un par de kilómetros de fuerte subida la pista acaba desembocando en una carretera asfaltada, por la que unos cientos de metros después corono el Collado de Hoz, de 656 metros de altitud.

Justo en el Collado se abandona el asfalto para tomar un camino ganadero que desciende durante un par de kilómetros, hasta llegar al primer núcleo del valle, Cicera, donde finalizo la etapa.

Balance del día: 40,7 km y 1.066 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 2, de Cicera a Espinama (31/07/25)
En cuanto dejo atrás el núcleo de Cicera, sin tiempo ni para calentar los músculos, afronto la primera subida de la etapa, siguiendo un bonito sendero. Se han de ascender 350 metros en unos tres kilómetros.

El bosque es precioso, y los tramos en los que se intuyen restos de un firme empedrado o los escalones de piedra colocados en las zonas de mayor pendiente, sugieren que por aquí pasaba alguna antigua calzada.

Robles y hayas fabulosos, helechos en las zonas más húmedas, piedras cubiertas de líquenes, hojarasca en el suelo, todo combina armoniosamente y forma un conjunto espectacular.

Cuando finalmente alcanzo el Collado Arceon, de 790 metros de altitud, los helechos y arbustos a mi alrededor son tan altos que impiden ver el paisaje. Desde aquí desciendo ligeramente por un sendero que luego se transforma en una pista, por la que pronto vuelvo a iniciar una subida suave.

Mientras avanzo por la pista, en algunos puntos los árboles se abren y permiten contemplar una magnífica vista del valle del Deva, al que he de descender, y de las montañas de los alrededores.

Llego por fin a la altitud máxima, 830 metros, y ahora sí se inicia el descenso definitivo, por una pista forestal que va serpenteando entre bosques hasta entrar en Lebeña, núcleo sin ningún tipo de servicios que forma parte de la comarca de Liébana.

Lebeña está enclavado en la entrada del Desfiladero de la Hermida, tallado por el Río Deva en la roca caliza a lo largo de milenios. El Camino Lebaniego oficial da un largo rodeo por la montaña para evitar el desfiladero, pero existe una alternativa señalizada que lo recorre, que es la que decido tomar. No es que circule por el fondo, ya que por ahí va la carretera nacional, sino que se trata de una senda que transcurre por lo alto de las paredes verticales del mismo.
Para ello, sigo desde el pueblo las indicaciones de “Camino Viejo”, iniciando una fuerte subida por una pista haciendo zetas que permite ganar altura rápidamente. Pronto las casas quedan a mis pies, en la distancia.

A medida que avanzo encuentro flechas rojas y otras marcas del Camino Lebaniego, ya que, aunque ahora se considera que el recorrido oficial es el que evita el desfiladero, hace unos años el itinerario principal era este.

Hay un cierto debate en algunos foros del Camino de Santiago sobre si es recomendable o no hacer esta variante, por su supuesta peligrosidad. Es cierto que hay algunos tramos aéreos, pero no tengo impresión de peligro real en ningún momento. Hay cables pasamanos en las zonas más delicadas, y, aunque ciertamente no hay pasos así en los Caminos de Santiago más populares y masificados, sí los hay en otros más minoritarios o en cualquier ruta de senderismo por montaña. En general, quien se aventura por Caminos como éste suele tener una cierta experiencia en montaña, si es así este tramo no le resultará excepcionalmente complicado. Para quien solo conozca el Camino Francés, aconsejaría el recorrido oficial evitando el desfiladero.

Desde el sendero se puede ver la carretera en el fondo, que en estos momentos está en obras. Cuando más adelante el desfiladero se abre, el camino empieza a descender hasta conectar con esa misma carretera, por donde entro en Castro Cilorigo, núcleo en el que no me detengo porque no hay ningún tipo de servicios. Lo atravieso y continúo por una pista que va paralela al río Deva por su orilla derecha. Un kilómetros después, al pasar junto a una depuradora, converjo con el Camino oficial.

Ahora, después de la primera parte de la etapa más montañera, el camino es mucho más plácido, avanzando por el fondo del valle por monótonas pistas, mayoritariamente asfaltadas, recorriendo los seis kilómetros que me separan de Potes.
Esta localidad es una estación turística de primer orden, capital de la comarca del Liébana y estratégicamente situada para visitar los Picos de Europa. Cuando llego, sobre la una del mediodía de un 31 de julio, está abarrotada de gente. Encuentro un bar en el que comer un bocadillo y continúo. Justo a la salida del municipio, en el punto en el que hay un monumento al peregrino, empieza el ascenso, por un andadero paralelo a la carretera, al monasterio de Santo Toribio de Liébana.

Y, finalmente, llego al monasterio franciscano que es el motivo de la existencia de todas estas vías de peregrinación. Desde 2015 es considerado un elemento individual destacado dentro de la declaración de los “Caminos de Santiago y Caminos del Norte de España” como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Yo celebro mi llegada con un helado comprado en una food truck, que estaba sorprendentemente bueno…

Pero no es el final de mi ruta, y aunque técnicamente el Camino Lebaniego se ha acabado, ahora inicio el Vadiniense, así que me pongo de nuevo en marcha. Paso por la ermita de San Miguel, en la que han instalado un balcón metálico suspendido en el vacío que hace de impresionante mirador sobre los picos de Europa, y desde ahí empiezo a descender por un camino.

Al llegar al fondo del valle, cruzo la carretera y el río, y asciendo por la ladera opuesta. A partir de aquí, durante los 18 kilómetros que quedan hasta el final de la etapa siempre seguiré el curso del Río Deva, pero curiosamente el camino nunca va por el fondo del valle, sino que va subiendo y bajando por las laderas de forma que, a pesar de no ascender ningún collado, acabaré acumulando un gran desnivel.

Es un tramo bastante duro, con subidas y bajadas constantes. Paso por pequeños núcleos, aunque en la mayoría no hay nada, excepto fuentes en las que reponer agua y refrescarse, porque hace mucho calor. Cuando se ven, las vistas de las montañas son muy bonitas.

Paso por Mogrovejo, que a diferencia de otros pueblos que he cruzado, es una localidad turística, ya que parece ser que en 2016 se rodó aquí la versión con personajes de carne y hueso de Heidi, una serie de dibujos animados de los 70. Hay quien dice que ya era famosa y “uno de los pueblos más bonitos de España” antes de que le llegara la popularidad cinematográfica, pero el caso es que la gran afluencia de turistas hace que disponga de varios bares, por lo que aprovecho para detenerme y rehidratarme.

Pasado Mogrovejo toca seguir la montaña rusa de sube y baja por las laderas del valle. Ahora, un rápido descenso por una carretera me lleva a Los Llanos, a orillas del Deva, que cruzo por un puente. Al otro lado sigo 500 metros por la carretera, un tramo desagradable porque casi no hay arcén, y empiezo un ascenso por una pista forestal. Lo mejor es que los árboles proporcionan sombra y se está mucho mejor.
Más adelante, tras haber pasado junto a una pequeña cascada, llegó a un punto algo confuso. El track que sigo continúa por un sendero paralelo al río, pero veo una indicación del Camino Lebaniego que dirige hacia una pista que se adentra en un bosque. Busco información y parece ser que desde hace un tiempo el camino oficial va por ese nuevo trazado, siguiendo un GR llamado “La Ruta de la Reconquista” y dando una vuelta bastante más larga que la del camino antiguo. En una etapa ya de por sí larga decido no añadir más kilómetros y más desnivel, así que sigo por el trazado cercano al río.

Continúo, y más adelante encuentro señalización oficial del Camino. Desconozco si es porque antiguamente pasaba por aquí y se ha mantenido, o porque sigue considerándose una alternativa “oficial”. En todo caso, este camino no es tan plácido como puede parecer, y cuando quedan menos de tres kilómetros para finalizar la etapa hay un último ascenso considerable, alejándome del río, para pasar por el bonito hayedo de La Ilces. Finalmente desciendo y entro en Espinama.

Balance del día: 42,3 km y 1.749 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 3, de Espinama a Riaño (01/08/25)
Inicio la etapa afrontando el último gran obstáculo de todo este Camino, la Horcada de Valcavao, el puerto que me permitirá salvar definitivamente los Picos de Europa, y para ello he de ascender cerca de mil metros de desnivel en los próximos diez kilómetros. Las primeras rampas me llevan de Espinama al cercano núcleo de Pido, desde donde tomo una pista que me va adentrando en las montañas. Mientras avanzo tengo a mi derecha, cubiertos por la niebla, los picos del circo de Fuente Dé, a pocos kilómetros de aquí, donde nace el Deva, el río que me acompañó durante toda la jornada de ayer, y del que ahora me separo definitivamente.

La ascensión, mayoritariamente por una pista forestal, es progresiva. Cuando llevo aproximadamente un tercio paso por las invernales de las Berrugas. En la Cordillera Cantábrica se conoce como “invernales” a edificaciones aisladas destinadas a albergar el ganado, generalmente situadas en prados de altura. Tienen una gran similitud con lo que en gran parte de los Pirineos se conoce como “bordas”.

A medida que gano altitud, el paisaje es cada vez más bonito. Dejo de circular por el interior de bosques, aparecen los pastos de alta montaña y puedo ver el paisaje de montañas que me rodea.

En algún momento de estos primeros kilómetros del día, y sin nada que lo indique, cruzo el límite entre Cantabria y la provincia de León, en Castilla y León. La tranquilidad es absoluta, solo los cencerros del ganado que pasta en los prados y el agua de los riachuelos rompen el silencio de las montañas.

Sigo remontando rodeado de un paisaje magnífico y tras un último repecho en el que, para salvar un fuerte desnivel, la pista traza unas “zetas”, alcanzo la Horcada de Valcavao.

Leo, como curiosidad, que con sus 1.794 metros este collado es el de mayor altitud por el que se cruza en cualquiera de los Caminos de Santiago señalizados. Mientras contemplo la vista de los Picos de Europa pienso también en que para llegar hasta aquí desde San Vicente de la Barquera he tenido que ascender unos 3.800 metros en 90 kilómetros, en cambio por delante quedan solo 400 metros de desnivel en los 115 kilómetros que restan para llegar a Mansilla de las Mulas, ¡las subidas se han terminado!

Inicio el descenso por la misma pista y poco después paso por un chozo, una cabaña tradicional de piedra y ramas empleada por pastores trashumantes para cobijarse. Paro a su lado a comerme un plátano y unas galletas.

El paisaje sigue siendo magnífico, rodeado de montañas, pastos y bosques. En la distancia veo algunas pequeñas aldeas del valle de Valdeón, en las que se produce un queso azul muy conocido.
La pista continúa descendiendo hasta llegar al Puerto de Pandetrave, donde hay un mirador y por donde pasa una carretera de montaña.

Los siguientes tres kilómetros sigo un sendero entre pastos que está totalmente invadido por las hierbas y que prácticamente hay que intuir. De hecho, en Gronze, la web de referencia de los Caminos de Santiago, describen que hay que seguir por la carretera ya que “había una senda alternativa pero está impracticable”. Pero he visto una señal al inicio que dirigía hacia el sendero y he decidido seguirlo. Suerte que el GPS mejora enormemente la intuición…

Aunque acabo desembocando en la carretera, en los siguientes kilómetros en tres ocasiones más la señalización del Camino dirige a senderos laterales para recorrer algún tramo fuera del asfalto. Ninguno es tan complicado como el primero y sirven para romper la monotonía de la carretera.
A las dos de la tarde entro en Portilla de la Reina. Hacía calor y en una fuente puedo beber y recargar de agua, y cuando pensaba que no encontraría nada para comer, la última casa del pueblo, que es el albergue, también tiene el único bar, donde puedo tomarme un bocadillo.

La siguiente localidad, Barniedo de la Reina, está a ocho kilómetros que se hacen íntegramente por la carretera nacional. Aunque con escaso tráfico, no deja de ser bastante desagradable. El paisaje a mi alrededor continúa siendo montañoso mientras voy descendiendo de los Picos de Europa por el fondo del valle del Río Yuso.
Cuando llego a Barniedo son las cuatro de la tarde, en un día de agosto, con el sol cayendo a plomo. Ni un alma en la calle, como un pueblo fantasma. Afortunadamente encuentro un bar y hago una nueva parada para hidratarme y comerme un helado.

En los siguientes kilómetros sigo descendiendo el valle, avanzando paralelo al río Yuso, pero ahora por una pista que va por el lado opuesto del río, mucho más agradable que la carretera. Por ella llego a Villafrea de la Reina, otra localidad con el mismo topónimo. De hecho, toda esta comarca es conocida como Tierra de la Reina, aunque hay varias teorías sobre qué reina dio origen al nombre.

Poco después llego a Boca de Huérgano y continúo hasta acercarme a la orilla del pantano de Riaño. Construido en los 70 y puesto en funcionamiento en 1985, recuerdo cuando era niño la lucha de los últimos moradores de los pueblos que quedaron anegados por el embalse por no ser desalojados de sus casas. Los últimos kilómetros del día voy bordeando su orilla norte hasta acabar la etapa en el núcleo del Riaño actual, el asentamiento construido para realojar a las personas expulsadas de los nueve pueblos que desaparecieron bajo las aguas.

Balance del día: 45,4 km y 1.069 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 4, de Riaño a Cistierna (02/08/25)
El Camino Vadiniense sale de Riaño cruzando el puente de la nacional sobre el embalse. Pero antes, paro brevemente en un mirador en el que hay colocada una foto anterior a la demolición de los pueblos que iban a ser inundados por el pantano, en la que se ve como las casas del Riaño original estaban justo debajo del puente. Impresiona.

Al otro lado del puente hay dos opciones señalizadas, seguir por la carretera, que era la única posibilidad hasta 2021, y una alternativa que evita el asfalto subiendo y bajando un montículo. Yo opto por la segunda, que arranca por una pista que va bordeando el embalse a través de un pinar.

La pista da paso a un sendero que asciende fuertemente a través de un bosque muy bonito en el que hay algunos ejemplares de roble espectaculares. Son unos doscientos metros de desnivel en menos de dos kilómetros, la única subida con una cierta entidad que queda en todo el Camino Vadiniense. De hecho, si en la etapa de ayer escribí que entre la Horcada de Valcavao y Mansilla se las Mulas solo se ascendían 400 metros en 115 kilómetros, este ascenso supone la mitad de todo ese desnivel.

Una vez arriba, la pendiente se suaviza y hay una vista magnífica de las torres de piedra de los alrededores. Coincido con grupos de excursionistas que se dirigen al monte principal de la zona, el Pico Gilbo. Yo cruzo una cancela para ganado e inicio el descenso por un bosque en el que hay caballos pastando.

Superada la chincheta llego al pequeño núcleo de Horcadas y conecto con la nacional, la misma carretera por la que había salido de Riaño, por cuyo arcén he de caminar los próximos tres kilómetros. En este tramo voy bordeando el pantano, ya que el ascenso que he realizado ha servido para cruzar una especie de península que se adentra en el embalse, con lo que al bajar por el otro lado vuelvo a estar en la orilla.
Cuando llego a la presa del embalse, la carretera se adentra en un túnel y, curiosamente, el Camino de Santiago también pasa por ahí. Afortunadamente hay una acera para los peatones. Al otro extremo del túnel la carretera cruza sobre la presa, pero el Camino Vadiniense no sigue por ahí sino que se desvía por una vía de servicio que desciende hasta el fondo del valle.

Habiendo dejado atrás definitivamente el pantano, tengo mi primer contacto con el Esla, el río que me va a acompañar en todo lo que queda hasta Mansilla de las Mulas. En los primeros kilómetros, por una pista herbosa, coincido con marcas de un GR y veo que es el “GR1 Sendero Histórico Ampurias-Finisterre”. No está nada mal, el recorrido ha de ser espectacular…
Durante casi todo lo que queda de etapa, el Camino circula por una orilla del río mientras que las poblaciones y la carretera que las une están en la orilla opuesta. Por eso, al pasar frente a Las Salas me desvío momentáneamente del Camino para cruzar por un puente y entrar en el pueblo a buscar un bar en el que desayunar. Aunque constato que el que escribió que el bar está “a 80 metros” acortó bastante para que a nadie le diera pereza salirse del camino e ir, porque según Google Maps hay 350. De todas formas, el pincho de tortilla que me he comido justificaba el rodeo, estaba espectacular.

Tras cruzar de nuevo el puente prosigo por la Calzada Romana del Esla, un tramo de camino que se considera que tiene sus orígenes en una vía romana. El tipo de firme no varía en exceso del que había recorrido antes de Las Salas, solo la presencia de algunas zonas con restos de empedrado atestiguan su pasado histórico. Romano o no, el recorrido sigue siendo muy bonito.

Una hora después paso por la ermita de Nuestra Señora de Pereda. Aquí la calzada queda interrumpida y hay un tramo por una carretera local hasta llegar frente a Crémenes, donde se recupera, aunque antes paro un rato a descansar a la sombra, tirado en un banco. Continúo, y en los siguientes kilómetros sigo viendo restos de empedrado de la antigua calzada.

Más adelante el camino sube a un pequeño montículo para acortar en un meandro del río y pasa por un corte en la roca conocido como “La Entrecisa”. Luego, antes de descender hasta el fondo del valle, hay un tramo espectacular con la calzada colgada en la ladera de la montaña.

Los kilómetros van pasando, siempre cerca de la orilla del Esla. Hay un momento en el que el sendero desemboca en una carretera nacional que hay que cruzar para proseguir por el otro lado. A pocos metros de ese punto hay un bar-restaurante en la carretera, en el que paro a hidratarme y picar algo. Después sigo, ahora por una pista que atraviesa algunas extensiones agrícolas y que acaba en Verdiago, donde cruzo el río por un puente.

Para lo simple que suena, kilómetros y kilómetros siguiendo el curso del río Esla, el paisaje es sorprendentemente variado y nada monótono. Hay tramos boscosos, otros agrícolas, otros de vegetación de ribera, pistas anchas, senderos invadidos por la hierba… Hasta se pasa por una antigua mina de hierro, explotada en el siglo XIX, de la que surge agua ferruginosa de color rojizo.
Y, para más variedad aún, al pasar por Alejico coincido con un campeonato de España de kayak, aunque cuando llego ya están en la entrega de premios.

En los últimos kilómetros antes de acabar la etapa en Cistierna, el Camino Vadiniense atraviesa las ruinas del Complejo Minero Vegamediana, el esqueleto abandonado de lo que fue una enorme instalación industrial ligada a la minería del carbón y motor económico de toda la comarca. He dudado de si poner estas fotos, pero la realidad es que el Camino pasa por ahí, forma parte de la ruta. Y no sé que es más sorprendente, que las flechas amarillas nos hagan pasar por este escenario post-apocalíptico o que las vacas pasten tranquilamente entre las ruinas…
Y por lo que fue el puente del ferrocarril que sacaba el carbón del complejo industrial, ahora reconvertido en puente peatonal, cruzo el Esla una vez más, y siguiendo las antiguas vías llego al centro de Cistierna.

Balance del día: 37,8 km y 376 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 5, de Cistierna a Mansilla de las Mulas (03/08/25)
Salgo con las primeras luces del alba, mucho más temprano que los días anteriores, porque tengo por delante una etapa muy larga y por evitar las horas de más calor. En los kilómetros iniciales el Camino Vadiniense coincide con el Camino Olvidado, que partiendo de Bilbao traza una diagonal por las zonas más bajas de la Cordillera Cantábrica para acabar convergiendo con el Francés en Cacabelos, en la comarca del Bierzo, cerca de Ponferrada, y que recorrí en bicicleta con mis hijos, Blanca y Pol, en agosto de 2020. Poco después de cruzar el puente del Mercadillo sobre el río Esla, de origen medieval, ambos Caminos se separan definitivamente.

Mientras sale el sol, recorro muy rápido los primeros veinte kilómetros del día. Voy por el margen derecho del Esla, uniendo pequeños pueblos sin servicios, casi siempre por pistas. El camino es cómodo y muy fácil, ya que es completamente llano. Aquí el río ya no está encajonado entre montañas, el valle es ancho, y por ello hay amplias zonas de cultivo en sus riberas, por lo que el camino avanza paralelo al río, pero en la distancia, sin verlo.

La temperatura a estas horas de la mañana todavía es fresquita, y se agradece. Cruzo Modino, Santibáñez de Rueda y Carbajal de Rueda sin detenerme, porque no hay nada. Entre esta última y Villacidayo, el paso junto a una plantación de girasoles pone una nota de color en el paisaje.

Después de atravesar una zona agrícola en la que predominan grandes extensiones de maíz, a las once llego a Gradefes, el único lugar que dispone de algún bar o tienda en los casi 50 kilómetros entre Cistierna y Mansilla de las Mulas, por lo que aprovecho y paro a desayunar.

Además de bares, un bien escaso por aquí, en Gradefes también se levanta el Monasterio cisterciense de Santa María la Real, fundado en el siglo XII y que acoge una pequeña comunidad de monjas de clausura.

Salgo de Gradefes por un tramo de asfalto que, por una vez, me parece muy agradable, ya que es de esas carreteras que tienen filas de árboles en ambos lados y dan una sombra perfecta. Luego, continúo por una pista agrícola por la que sigo circulando entre campos de maíz, girasol o alfalfa.

Paso por Cifuentes de Rueda y Casasola de Rueda, topónimo “Rueda” que abunda en la zona pero que no tiene ninguna relación con la zona de producción de los vinos de la denominación de origen Rueda, muy lejos de aquí. En estos y otros de los pueblos que atravieso se pueden ver casas tradicionales de adobe, la mayoría muy deterioradas, aunque algunas están habitadas, como la de al lado de la iglesia de Casasola.

Más adelante me desvío 250 metros del camino para visitar el monasterio de San Miguel de Escalada, un templo mozárabe del siglo X.

Al pasar por el pueblo de San Miguel de Escalada, un par de kilómetros después del Monasterio, paro en un banco a la sombra a descansar un rato. Aquí, alguien ha plantado una estatua que pasa directamente a mi recopilación de “monumentos al peregrino de gusto dudoso”, que tanto abundan en los Caminos de Santiago. Por si fuera poco, en la casa de enfrente, y sospecho que perteneciente al mismo “artista”, han creado un collage de bicicletas que no sé cómo calificar…

Todavía en shock por la habilidad de los artistas locales, continúo para afrontar los últimos catorce kilómetros de este camino. El final es duro, porque voy atravesando grandes llanuras agrícolas con muy pocos tramos de sombra y, a estas horas, ya hace mucho calor. En los pueblos por los que paso, además, no solo no hay bares, sino que tampoco hay fuentes, y no puedo reponer agua. Finalmente, cruzo por última vez el Esla, el río que me ha acompañado desde el embalse de Riaño, y encaro la entrada a Mansilla.

Pero antes de llegar a la parte antigua de la localidad, el Camino pasa, en las afueras, por la piscina municipal, y la tentación es irresistible… Decido pasar un par de horas en remojo, ¡me lo he ganado!
Finalmente, mucho más fresco, entro a Mansilla de las Mulas por el Arco de Santa María, una de las puertas de las antiguas murallas, distinta a la puerta del Castillo o de Santiago, por donde entra el Camino Francés. De hecho, los dos Caminos no se juntan hasta la plaza del Pozo, la plaza central de Mansilla. Y ahí finalizo esta ruta, ¡Ultreia y Buen Camino!

Balance del día: 48,0 km y 69 m de desnivel positivo acumulado.
Balance total de los Caminos Lebaniego y Vadiniense entre San Vicente de la Barquera y Mansilla de las Mulas: 214,1 km y 4.339 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación: