Esta es la cuarta parte de las cinco en las que está dividido el relato de la Transpirenaica a pie por el GR11 entre el Cap de Creus y el Cabo de Higuer:
Parte 1: de Cap de Creus (día 1) a Setcases (día 5)
Parte 2: de Setcases (día 6) a Estaon (día 11)
Parte 3: de Estaon (día 12) a Pineta (día 17)
Parte 4: de Pineta (día 18) a Lizara (día 23)
Parte 5: de Lizara (día 24) al Cabo de Higuer (día 29)
Día 18, de Pineta al Refugio de Góriz (07/10/25)
Los primeros dos kilómetros del día son plácidos, un paseo por el fondo del valle del Pineta. Los carteles confirman que he entrado en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.

El paseo se termina en un punto en el que se inicia la ascensión al Collado de Añisclo, la “madre” de todos los collados de la transpirenaica, probablemente el más temido por todos los que recorren el GR11, tanto por los que vienen del Cantábrico, porque hay que bajarlo, como por los que venimos del Mediterráneo, que hemos de subirlo.

Al principio se atraviesa un hayedo por un sendero que tiene tramos con mucha pendiente, combinado con otros más llevaderos. Enfrente, cuando los árboles se abren, veo el Collado de Las Coronetas, desde el que ayer contemplaba esta subida, sin ver muy claro por dónde se debía ascender.

La sensación es como subir una escalera interminable, y hay tramos tan verticales que hay que ayudarse con las manos. En el más complicado se ha instalado una cadena para sujetarse.

Aunque estos tramos existen, en la mayoría se puede caminar con normalidad, con la única dificultad de la fuerte pendiente. Una particularidad de este collado, comparado con muchos otros que se ascienden en el GR11, es que permanentemente se ve el fondo del valle, de donde procedo, y eso aumenta la sensación de subida inacabable.

Más arriba el hayedo deja paso a pinos y abetos, y poco después ya desaparecen los árboles y solo quedan las praderas de alta montaña. Cuando ya llevaba superados tres cuartos del desnivel, me cruzo con un grupo bastante numeroso que bajan el puerto. Son valencianos haciendo un tramo del GR11.

En los últimos metros de ascenso la pendiente aumenta considerablemente. Hace unos días, cenando en el refugio de Colomers, debatíamos con otros montañeros si era más duro ascender o descender el Collado de Añisclo. Ahora que estoy terminando de subirlo, a pesar de lo que me está costando, miro abajo y creo que descender sería aún peor.

Por fin corono el collado. Han sido 1.150 metros de desnivel en apenas cuatro kilómetros, y me ha costado nada menos que cuatro horas !un mísero kilómetro por hora! Paro a descansar y aprovecho para comerme un bocadillo que me he preparado en el bufet del desayuno del parador. Por un lado sigo viendo el fondo del Valle de Pineta y por el otro una profunda hendidura en el terreno, el Cañón de Añisclo.

Desde aquí se me presentan dos opciones. El GR11 desciende hasta un lugar llamado Fuen Blanca para posteriormente remontar de nuevo hasta el Collado de Arrablo, cercano al refugio de Góriz. Existe una variante, el GR11.9, que en lugar de bajar y volver a subir se mantiene a alturas entre 2.500 y 2.700 metros por la ladera de una montaña, el Pico de las Olas, hasta llegar al mismo Collado de Arrablo. Esta opción, conocida como la de La Faja de las Olas, es más directa pero también más “montañera” y se desaconseja con nieve, hielo o lluvia. Hoy hace un día fantástico, así que decido tomar esta alternativa.

Para seguirla, en lugar de empezar a bajar desde el Collado, hay que seguir subiendo un poco más. El itinerario se dirige al Pico de las Olas y, de lejos, parece que por ahí no se puede pasar fácilmente, pero sorprendentemente se abre camino.

En un chorro que cae de una pared paro a reponer agua y tomarme un gel energético. Hay un tramo con un cable y más adelante otro con una cadena, pero se pasa bien. Sirven de ayuda, pero no hay sensación de peligro.

Pasado el tramo de cadenas, el sendero ya deja de subir y continúa rodeando la montaña por su ladera, sin ganar ni perder altura, siguiendo lo que es propiamente la Faja de las Olas, un término que hace referencia a una cornisa natural entre capas de roca de distinta naturaleza, de forma que hay una pequeña franja horizontal en una pared casi vertical. El paisaje es impresionante. A mis pies tengo la profunda hendidura del Cañón de Añisclo y, a lo lejos, un embalse que no sé identificar.

A medida que voy girando alrededor del Pico de las Olas y cambiando de vertiente, veo otra profunda hendidura en la roca en el terreno, es el Cañón de Ordesa, que he de descender mañana.

Cuando por la Faja he dado 180° alrededor de la montaña, el sendero empieza a descender. Un grupo de sarrios, como suele llamarse por aquí a lo que en otros lugares se conoce como rebecos, me observan curiosos.

Sigo descendiendo por un entorno fabuloso y, tras cruzarme con otro grupo de sarrios, llegó al Collado de Arrablo, donde la variante que he seguido confluye con el GR11 principal.

Ya solo quedan un par de kilómetros hasta finalizar la etapa en el refugio de Góriz, a los pies del Monte Perdido. Por el camino puedo fotografiar, ¡por fin!, una marmota. Llevo viéndolas desde que empecé las etapas de alta montaña, pero son muy esquivas y no había conseguido inmortalizar ninguna hasta ahora. En muchas ocasiones ni siquiera se ven, pero se escuchan, ya que emiten un sonido característico, una especie de silbido. Con dos encuentros con animales, sarrios y marmotas, acabo otra etapa espectacular.

Balance del día: 14,5 km y 1.445 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 19, del Refugio de Góriz a Bujaruelo (08/10/25)
Salgo de Góriz temprano, con la primera claridad del día, para iniciar una etapa que, por una vez, será mayoritariamente en bajada. De hecho, probablemente se convertirá en la jornada con menos desnivel positivo, es decir menos subida, de toda mi transpirenaica. Desde el refugio me dirijo en primer lugar hacia el Circo de Soaso, entre praderas alpinas.

El Circo de Soaso es el anfiteatro de montañas que cierra el Valle de Ordesa, y viniendo desde Góriz se llega a su parte superior, por lo que hay que descenderlo. Mientras bajo coincido con un grupo de sarrios que huyen a mi paso.

A medida que desciendo voy viendo la cascada conocida como Cola de Caballo, que se desploma en un extremo del circo, pero que en esta época del año tiene poco caudal. Este salto de agua lo forma el río Arazas, que nace en las cercanías del refugio de Góriz recogiendo el agua del glaciar de Monte Perdido, y que luego es el que recorre el Cañón de Ordesa.

Cuando llego al fondo del valle encuentro más grupos de sarrios que corretean cerca de las vacas que pastan tranquilamente.

Este recorrido entre Góriz y el Valle de Ordesa, de subida o de bajada, lo he hecho varias veces en mi vida, pero hay dos que fueron tan especiales que han quedado grabadas en la memoria para siempre. Una fue un verano cuando tenía 17 o 18 años. Con dos amigos estábamos en un camping de Torla y, dejando allí las tiendas y la mayoría de material, subimos un día hasta Góriz y vivaqueamos junto al refugio, para al día siguiente ascender el Cilindro de Marboré y el Monte Perdido, dos tresmiles. Bajamos de nuevo a Góriz, descansamos y sobre las 7 o 8 de la tarde nos dio pereza pasar una segunda noche durmiendo al raso, así que decidimos descender entonces, de noche, hasta Torla. Recorrer el parque de noche fue mágico, escuchando los sonidos del bosque, alumbrados por la luz de la luna y sin gente, en un recorrido que, especialmente en verano, está siempre abarrotado de visitantes.

La segunda ocasión que tengo grabada fue un invierno varios años después en que queríamos llegar a Góriz para ascender el Monte Perdido con esquís de montaña. Recorrimos el valle nevado, y mientras ascendíamos el Circo de Soaso empezó a nevar. Ante la perspectiva de mal tiempo descendimos a la llanura y acampamos allí, en la nieve. El parque nevado, los sarrios corriendo sobre el manto blanco y todo ello para nosotros solos fue, otra vez, una experiencia mágica.

Recordando todo esto sigo avanzando por el Cañón de Ordesa. Paso las Gradas de Soaso, un tramo en el que el río salva una serie de escalones rocosos con múltiples pequeñas cascadas, y prosigo por un hayedo espectacular.

Llego a la Pradera de Ordesa, el lugar al que habitualmente se accede en coche y donde empiezan su recorrido la mayoría de visitantes, y paro a comer en el único bar que hay. Como la etapa es sencilla y no tengo prisa me quedo mucho rato, aprovechando para trabajar en este blog.

Tras la pausa, el GR11 prosigue por un sendero por el margen izquierdo del río Arazas, de nuevo a través de un bosque excepcional, y por él voy alejándome del Cañón de Ordesa.

El sendero acaba en el Puente de los Navarros, un cruce de caminos en el que se levanta un puente de origen medieval sobre el río Ara. Desde este punto estoy a pocos kilómetros de Torla, la población más cercana a Ordesa, pero el GR no pasa por allí sino que se interna en otro valle que empieza aquí, el Valle de Bujaruelo.

Al principio se sube fuertemente a través de un pinar, pero luego la pendiente se suaviza y se avanza entre bosques por el margen izquierdo del río Ara. Es el único ascenso en una jornada en la que no hay que salvar ningún collado.

A medio camino se cruza el río y se continúa por la otra orilla, cruzando más bosques preciosos, hasta llegar a San Nicolás de Bujaruelo. Este lugar hunde sus raíces en la Edad Media, cuando era lugar de paso importante para los viajeros que cruzaban desde o hacia Francia por el Puerto de los Mulos. Para acogerlos se erigió aquí una iglesia, un hospital de peregrinos y un puente para salvar el río Ara. El actual refugio ocupa el edificio que ya acogía viajeros en el medievo, y es aquí, entre estas paredes cargadas de historia, donde termino esta etapa.

Balance del día: 27,2 km y 437 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 20, de Bujaruelo a Baños de Panticosa (09/10/25)
Salgo de Bujaruelo cruzando su puente medieval sobre el Ara, y continúo por un sendero paralelo a este mismo río que asciende entre bonitos bosques de abetos.

El sendero desemboca en una pista que continúa subiendo, ahora de forma un poco más contundente. En este tramo coincido con una pareja de norteamericanos que están haciendo la Alta Ruta de los Perdidos, un itinerario circular de refugio en refugio por alrededor de los macizos del Monte Perdido y del Vignemale.

Sigo ascendiendo por la pista remontando el valle del Río Ara hasta que, tras cruzar una cancela para el ganado, la pista se termina junto a un refugio de pastores. A partir de aquí prosigo por un sendero y el terreno se complica un poco más.

Los árboles muestran los colores del otoño, aunque a medida que subo van desapareciendo y predominan las praderas de alta montaña, donde pastan vacas. Frente a mi tengo una vista espléndida del Macizo del Vignemale, otro de los principales grupos de tresmiles de los Pirineos.

El camino continúa siempre en ascenso. Más adelante paso por una cabaña de pastores que hace también de refugio libre y, junto a ella, paro un rato a descansar y comer algo. Estando ahí ha llegado un australiano que venía detrás de mí desde Bujaruelo y hablamos un rato. Empezó el GR11 en el Cap de Creus hace tres semanas y media, pero lo sorprendente es que es su primera experiencia de senderismo, nunca había hecho nada parecido. Me comenta que al llegar al final no sabe qué hacer y que se está planteando seguir hacia Santiago, así que le hablo del Camino del Norte, ya que enlaza directamente en Irún con la transpirenaica.

Más tarde cruzo por última vez el Ara, el río que he ido remontando desde ayer en el Puente de los Navarros, y que nace cerca de aquí. En este punto el sendero que iba siguiendo continúa rumbo norte hacia el cercano Puerto de los Mulos, por donde se cruza a Francia. El GR11, por su parte, gira hacia el oeste y continúa por un valle lateral dirigiéndose a otro puerto, el de Brazato.

La ascensión al puerto es progresiva desde Bujaruelo. De hecho, la etapa son quince kilómetros seguidos subiendo, para luego bajar en los seis últimos. En estos últimos kilómetros, sin embargo, la pendiente se incrementa y cada vez cuesta más, ¡ya estoy deseando llegar arriba de una vez!

Mientras un par de marmotas me observan, afronto la últimas rampas por un canchal. Aquí el terreno es granítico y hay las mismas aglomeraciones de piedras que tanto abundaban en Aigüestortes.

Antes del puerto se pasa por los Ibones de los Batanes, tres laguitos muy pequeños.

Corono finalmente el Puerto de Brazato, de 2.566 metros de altitud. A mi espalda, de donde procedo, tengo el macizo del Vignemale, y frente a mí, en la distancia, otro grupo de tresmiles, el Garmo Negro y Los Infiernos. Aunque de ese macizo me separa el Valle de Panticosa, que está casi mil metros por debajo del Puerto de Brazato, y a donde he de descender a continuación.

El descenso se inicia flanqueando un gran canchal de piedras y dejando a la derecha un par de pequeños ibones, hasta llegar a uno mayor, el Ibón de Brazato, donde paro a descansar un rato y comerme un bocadillo.

Abajo, en la distancia, se ven los Baños de Panticosa junto a un ibón de un intenso color azul. El descenso continúa por un sendero que va perdiendo altura rápidamente haciendo zigzag a través del bosque, hasta que finalmente llego a los Baños, un gran complejo turístico en el que hay un par de hoteles, restaurantes, unas termas, un refugio y hasta una estación de esquí de fondo en invierno. Aquí termino la etapa.

Balance del día: 20,9 km y 1.220 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 21, de Panticosa a Sallent de Gállego (10/10/25)
Desde los Baños de Panticosa, el GR11 empieza a ascender bruscamente por un sendero paralelo a un torrente. El riachuelo forma una serie de pequeñas cascadas y el recorrido es bonito, aunque duro. Enseguida se obtiene una vista del complejo turístico desde lo alto.

Más arriba la pendiente se suaviza para cruzar una pequeña pradera y luego vuelve a la carga, con una cuesta muy empinada que sube en zigzag por una zona rocosa.

Llego a los Ibones de Bachimaña, en los que hay un refugio, aunque el GR pasa a unos doscientos metros, y no me desvío para pasar por él. El itinerario continúa bordeando los Ibones por caminos llenos de piedras.

Este tramo da una tregua en el ascenso, pero enseguida vuelve a incrementarse la pendiente.

Más tarde paso por los Ibones Azules, primero por el Azul Inferior y, después de un fuerte repecho, por el Superior.

Sigo subiendo, aún queda una larga cuesta hasta coronar el puerto. Mientras asciendo, a mi izquierda tengo el macizo de Los Infiernos, el grupo de tresmiles que ayer veía a lo lejos desde el Puerto de Brazato, y que ahora están ya muy cerca.

El collado al que estoy ascendiendo es doble. Primero se alcanza el Collado del Infierno, de 2.721 metros de altitud. A mis espaldas tengo todos los ibones que he ido pasando en la subida y los macizos atravesados en las jornadas anteriores, y frente a mí, el Ibón de Tebarray y el pico del mismo nombre.

Desde aquí se flanquea por una ladera, sin perder altura, a través de un canchal hasta un segundo alto, el Collado de Tebarray. Los últimos metros antes de coronarlo hay que ayudarse un poco con las manos, y el descenso por el otro lado es uno de los más técnicos de todos los que he hecho hasta ahora en la Transpirenaica, ya que hay que destrepar unos metros, ayudándose de un cable que hay instalado para agarrarse.

Pasado este tramo sigo descendiendo por una ladera pedregosa y pronto tengo una vista del refugio de Respomuso, al que me he de dirigir a continuación, y, detrás, el Macizo del Balaitus. La particularidad de este macizo es que es el grupo de tresmiles más occidental de los Pirineos, el más cercano al Cantábrico. En la décima etapa, al salir de Andorra y descender a la Vall Ferrera, pasé junto a la Pica d’Estats, los primeros tresmiles viniendo del Mediterráneo, ahora, 11 etapas después, he llegado a los últimos. Y eso significa que la parte central de la cordillera, la que concentra las montañas de mayor altitud, ya está superada. Y por supuesto que esto no está acabado, quedan 250 kilómetros para el Faro de Higuer, pero el tramo con mayor dificultad empieza a quedar atrás.

A medida que voy bajando el firme mejora, y los canchales dan paso a praderas herbosas. Aún así es un terreno irregular y el avance es lento. Cuando he descendido del collado ya se veía el refugio a lo lejos, pero en realidad quedaban seis kilómetros, y en este tipo de terreno eso son un par de horas.

Paso varios lagos más y finalmente llego al Refugio de Respomuso, donde pensaba comer algo, pero resulta que está cerrado por obras. Es la tercera vez en los últimos días que encuentro cerrado el único punto de avituallamiento en toda la etapa. Cuando en una etapa ya sé que no voy a encontrar nada, ya procuro llevar un bocadillo o algo desde el lugar en el que he dormido, pero cuando cuento que habrá donde comprar y no lo hay, me quedo sin comer… En fin, tiro de lo que llevo para emergencias, frutos secos, galletas y una barrita energética, y continúo mi camino.

Durante los siguientes diez kilómetros el GR11 desciende el valle del Río Aguas Limpias -bonito nombre para un río- por un sendero que va colgado en la ladera de la montaña y atraviesa bosques con colores otoñales espectaculares. En algunas ocasiones parece que lo hayan cortado a pico.

Encuentro bastante gente subiendo o bajando por el sendero, supongo que es una excursión típica para hacer desde Sallent de Gállego. En el tramo final los abetos dan paso a un hayedo que también es muy bonito.

El sendero continúa, siempre paralelo al río Aguas Limpias, hasta que un par de kilómetros antes de Sallent de Gállego desemboca en una pista asfaltada, aunque poco después se vuelve a dejar para tomar un camino por el que entro en la población.

Balance del día: 25,1 km y 1.298 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 22, de Sallent de Gállego a Candanchú (11/10/25)
La etapa de hoy enlaza dos estaciones de esquí, Formigal y Candanchú. A la primera de ellas llego después de tres kilómetros de pista desde Sallent de Gállego. En esta época del año el núcleo de Formigal es un lugar fantasma, un conjunto de hoteles y apartamentos completamente vacíos, y todas las tiendas, bares y demás servicios, cerrados. Desde ahí tomo la carretera que accede a las pistas de esquí, que va pasando por distintos aparcamientos de la estación.

Más adelante dejo el asfalto para tomar un sendero ganadero que va cerca de la carretera, pero con muchas más subidas y bajadas, y atraviesa campos donde pastan vacas.

El sendero vuelve a confluir con la carretera y, tras cruzarla, continúo por el acceso asfaltado a otro aparcamiento de la estación de esquí. El paisaje es muy bonito, pero es un entorno totalmente domesticado.

Dos kilómetros y medio después termina el asfalto y continúo remontando las pistas de la estación. Fuera de la temporada de nieve las vacas parecen haber sustituido a los esquiadores.

Finalmente dejo atrás las instalaciones del complejo invernal y me empiezo a alejar. Llevaba casi diez kilómetros desde Sallent de Gállego y me preguntaba cuando empezaba la etapa “de verdad”. Recupero la tranquilidad de las montañas.

Ahora empiezo a remontar un valle precioso, en dirección a los Ibones de Anayet. Esta ruta es una excursión de un día muy popular desde los parkings de Formigal y hoy, siendo sábado, hay bastante gente subiendo.

Tras un par de kilómetros de fuerte subida corono el Collado Anayet, de 2.230 metros de altitud. El collado es como un gran altiplano, así que sigo avanzando y 300 metros después llego al ibón del mismo nombre, el destino de toda esta gente que hace excursiones de un día. Junto al lago paro a comer un plátano y unas galletas.

Este entorno, precioso, está amenazado por el polémico proyecto de conectar las estaciones de esquí de Formigal, Astún y Candanchú mediante un telecabina que pasaría por el valle de la Canal Roya, por el que he de descender a continuación. En respuesta a este megaproyecto, otro movimiento de gente intenta que la zona sea declarada parque natural, para garantizar la protección tanto ahora como en el futuro.

Empiezo el descenso por el valle de la Canal Roya. Al principio descendiendo bruscamente por un sendero en zigzag y, más abajo, por senderos herbosos con piedras, pero mucho más cómodos que en las zonas de alta montaña de las etapas anteriores.

Una vez en el fondo del valle, cruzo una gran llanura conocida como La Rinconada, en la que pastan caballos, y sigo descendiendo valle abajo entre las praderas.

A medida que avanzo también me encuentro con mucha gente que sube, pero sin grandes mochilas, más bien parece que sean salidas de un día. Recorrer este valle debe ser una excursión habitual en la zona.

Como siempre, al descender las praderas van dando paso a los árboles.

El largo descenso del valle de la Canal Roya termina en un paraje conocido como cabañas de Anglasé. Aquí coincido con un Camino de Santiago, la variante aragonesa del Camino Francés, que recorrí en bicicleta de montaña con mi hija Blanca en julio de 2016. Desde este punto quedan un par de kilómetros hasta Candanchú, en los que el GR11 coincide exactamente con la ruta jacobea, pero en sentido contrario: el Camino de Santiago desciende mientras que el GR asciende. Y así llego a la estación invernal, que igual que Formigal unas horas antes, es un lugar fantasma en esta época del año. Solo el refugio de montaña, en el que dormiré, y un único bar parecen funcionar. Al menos hoy no me he quedado sin comer, he tomado un fantástico bocadillo al acabar la etapa, sobre las cuatro de la tarde.

Balance del día: 24,6 km y 1.138 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Día 23, de Candanchú a Lizara (12/10/25)
Hoy etapa muy corta, 17 kilómetros, mientras que mañana tengo previstos 43. Sería mucho más lógico dividirlas de otra manera, pero la disponibilidad de alojamientos lo impide. Este es un inconveniente de viajar ligero y depender de hoteles o refugios guardados para dormir, los que recorren el GR11 con tienda tienen una flexibilidad que yo no tengo.
La etapa empieza remontando por fuertes rampas de hierba de lo que habitualmente son pistas de esquí. Entre telesillas, telesquís y cañones de nieve, voy alejándome del núcleo de Candanchú. Desde lo alto de un risco, un sarrio solitario me observa.

Más arriba sigo por una pista de tierra que sube en zigzag hacia la parte alta de la estación y que probablemente en temporada de nieve sea la típica pista de esquí azul. Frente a mí tengo el Pico Aspe y otras peñas rocosas.

Sigo caminando y cuando miro a mi izquierda veo un gran grupo de sarrios que casi paso por alto. Durante un rato contemplo como corretean arriba y abajo, hasta que cruzan la pista cincuenta metros por delante de mí y suben al risco de mi derecha.

Ha sido un espectáculo de la naturaleza.

Poco después, todavía ascendiendo por la pista del complejo invernal, cruzo el Paso del Pastor, un pequeño collado, tras el que desciendo ligeramente hacia otro sector de la estación.

La bajada termina rápido, y de nuevo empiezo a subir. Mientras lo hago, tengo visible a mis espaldas el Valle de la Canal Roya, por donde descendí ayer por la tarde y por donde el proyecto de unir este complejo invernal con el de Formigal pretende hacer pasar un telecabina. Una última rampa y alcanzo finalmente el punto más elevado de la estación, el Paso de Tuca Blanca, un collado de 2.243 metros de altitud.

La parte urbanizada queda definitivamente atrás mientras empiezo a bajar del collado por un sendero algo más complicado que la pista que me ha traído hasta aquí. Al principio abundan las zonas de piedras, aunque a medida que desciendo empieza a haber praderas herbosas mucho más cómodas.

El descenso no dura mucho, ya que apenas se pierden 300 metros de desnivel, y me lleva al Circo de Aspe, un espectacular anfiteatro de rocas.

Desciendo hasta el fondo del Circo y me detengo un rato a descansar y a comer unas galletas. Enfrente tengo el collado que he de remontar a continuación, aunque como en otras ocasiones, de entrada no se entiende muy bien por donde hay que subir. Parece que no haya ningún paso sin tener que escalar, hasta que veo un grupo bajando y visualizo mejor el itinerario.

Me pongo en marcha y empiezo una fuerte subida. El Collado no es muy largo, solo hay que subir, aproximadamente, los mismos 300 metros que he descendido desde el Paso de Tuca Blanca, pero la pendiente es fuerte. Las vistas son espectaculares.

Cuando pensaba que la etapa iba a ser sencilla, “solo 17 kilómetros”, se confirma que en la transpirenaica no hay ascensos fáciles, pero poco a poco voy avanzando y finalmente alcanzo el Collado de Esper, de 2.270 metros de altitud.

Así como por el lado del que procedo el ascenso era brusco y rocoso, por la otra vertiente es completamente diferente, predominando las pendientes de hierba relativamente suaves. Por ahí empiezo a bajar.

Aunque no todo es así de fácil, también hay algún tramo con rocas e incluso uno en el que hay que descolgarse un par de metros con la ayuda de un cable, pero en general es un descenso cómodo. La única amenaza en el horizonte es el cielo, que cada vez se está poniendo más negro. Llevo doce días sin una gota de lluvia, ¿se romperá hoy la racha?

Durante el descenso paso por el Collado del Bozo, al que se llega prácticamente desde arriba, sin ascender nada, y que permite cambiar de valle. Desde él ya veo a mis pies el refugio de Lizara, al que me dirijo, y del que distan tres kilómetros. Por una vez acabo la etapa temprano y puedo llegar a comer, ¡me he puesto las botas! Cuando acabo esta crónica, a las siete de la tarde, el cielo sigue negro pero no ha caído una gota de lluvia. Veremos que me depara la jornada de mañana…

Balance del día: 16,3 km y 990 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes ver el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Puedes leer aquí la continuación entre Lizara y el Cabo de Higuer.