Camino Portugués Central en BTT (parte 2: de Benavente a Santiago de Compostela)

Esta es la segunda parte de las dos en las que está dividido el relato del Camino Portugués Central entre Faro y Santiago de Compostela en BTT:

Parte 1: de Faro (día 1) a Benavente (día 6)

Parte 2: de Benavente (día 7) a Santiago de Compostela (día 12)

Día 7, de Benavente a Tomar (18/10/23)

A la salida de Benavente se cruza el río Sorraia por un puente peatonal que continúa por unas pasarelas de madera. Luego una sucesión de senderos me llevan entre tierras cultivadas. Hay un momento un poco complicado cuando las flechas me envían por un campo de arroz encharcado, donde acabo arrastrando la bici y perdido de barro…

A partir de aquí sigo por una carretera secundaria durante unos diez kilómetros a través de grandes extensiones agrícolas. El terreno es totalmente llano y forma parte de la vega del Río Tejo, a cuyo curso me voy acercando a medida que avanzo.

Cuándo acaba el asfalto continúo por una pista que cruza un inmenso pinar, donde una vez más se cumple que donde hay pinos, el suelo es arenoso. Paso sin detenerme por un par de aldeas, Salvaterra de Magos y Escaroupim, y en la tercera, Muge, hago la primera parada del día.

A la salida de Muge se pasa junto a su puente romano, que formaba parte de la vía romana que comunicaba el Alentejo y Santarém. Luego continúo de nuevo circulando entre grandes llanuras agrícolas en las que se ven campos de maíz, olivos y otros cultivos.

Pero lo que más va predominando a medida que avanzo son los viñedos, de cuyas uvas se producen los vinos de la denominación de origen Vinho do Tejo.

A todo esto, para hoy había una previsión de lluvia a partir de la última hora de la tarde, pero a las 11.30 empieza a llover. Paro a equiparme con pantalón y chaqueta impermeable y, poco después, deja de llover y he de quitarme todo de nuevo, ¡falsa alarma!

Tras casi treinta kilómetros de rodar cerca de su orilla derecha, llego al larguísimo puente de Dom Luis sobre el Tejo, por el que cruzo este río, el de mayor longitud de la península y que aquí está ya a pocos kilómetros de su desembocadura.

Al otro lado del río entro en el barrio de la Ribeira de Santarém, sin llegar a subir al centro histórico de esta ciudad, situado en alto. Aquí el Camino Portugués Central, que estoy siguiendo desde Faro, se junta con el ramal que proviene de Lisboa, mucho más conocido y concurrido. Coincide además con el kilómetro 500 desde Faro, justo la mitad del recorrido entre la capital del Algarve y Santiago de Compostela.

Dejo atrás Santarém y continúo entre viñas y pistas agrícolas con mucho barro. Por lo demás sigue siendo prácticamente llano y cuando en la aldea de Vale de Figueira paro a desayunar llevo ascendidos 141 metros en 50 km, menos de tres metros de desnivel por kilómetro. Como era de esperar, ha sido pasar Santarém y pronto veo a los primeros peregrinos, mientras que en los 500 km desde Faro no me había cruzado con ninguno. Luego, cuando paro en el bar, llega el primero al que había adelantado y hablamos un rato, es un chico gallego que ha empezado en Lisboa su primer camino.

Sigo de nuevo entre grandes zonas agrícolas, mayoritariamente maizales y viñedos, manteniéndome siempre cerca del río Tajo, aunque ahora por su orilla norte. Así llego a Azinhaga, aldea natal del escritor y Premio Nobel José Saramago, del que hay una estatua en una plaza.

Entre Azinhaga y Golegã circulo siete kilómetros por carretera, pasando cerca de la iglesia de San João de Ventosa, del siglo XVI, que tiene la particularidad de alzarse en medio de los campos de maíz. También puedo ver como en un olivar están recogiendo las aceitunas de un árbol por el método del vareo, dando con una vara a las ramas para que los frutos caigan sobre unas mantas colocadas en el suelo. Cuando finalmente llego a Golegã hago una última parada para comerme un bocadillo.

En esta población, como en todas desde que salí de Faro, llama la atención el uso constante que se hace de los azulejos. Se utilizan para las placas con los nombres de las calles, para los nombres de quintas y fincas o, incluso, para decorar las fachadas de las casas con referencias al oficio de los moradores: pescador, carpintero, zapatero, etcétera. El azulejo es todo un símbolo de Portugal.

Sigo unos kilómetros cruzando zonas agrícolas hasta que en Vila Nova da Barquinha el camino empieza a alejarse definitivamente del Tejo y su llanura fluvial, empezando a vislumbrarse algunos montes. Aquí el Camino de Santiago coincide momentáneamente con la señalización de la ruta de peregrinación al Santuario de Fátima, que suele marcarse con flechas azules. En estos últimos kilómetros del día se circula por una auténtica montaña rusa subiendo y bajando por plantaciones de eucaliptos, con algunos ascensos bastante duros.

Acabo la etapa en la ciudad de Tomar, antigua sede de la Orden de los Templarios, y con un interesante centro histórico. Durante el día he recibido 3 mensajes de alerta de protección civil en el móvil con un texto, en inglés, que decía: “Fuertes lluvias/vientos en esta región en las próximas 36 horas. Riesgo de inundaciones. Protéjase. Siga las recomendaciones de protección civil”. Y, en efecto, hay una alerta naranja por lluvia y viento en todo el norte de Portugal. Tendré que pensar bien que hacer, pero probablemente me quede aquí todo el día de mañana a esperar que pase la tormenta. Veremos…

Balance del día: 99,9 km y 444 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Día 8, de Tomar a Coimbra (20/10/23)

Tras un día de “descanso forzado” a causa del paso de la borrasca Aline, que no solo ha afectado a Portugal sino que ha barrido a continuación toda España, salgo finalmente de Tomar ascendiendo por la parte nueva de la ciudad. En cuanto se termina el casco urbano cojo un primer sendero que transcurre por la orilla de río Nabão. Aquí adelanto los primeros peregrinos. Vamos todos protegidos para la lluvia porque desde que he salido no para de llover, aunque ya se ha desactivado la “alerta naranja” por tormentas y rachas de viento que había ayer.

Unos kilómetros después acabo en una carretera por la que voy subiendo y bajando a través de zonas boscosas con encinas, olivos y matorrales, todo muy mediterráneo. Predomina el asfalto, aunque son carreteritas muy locales sin apenas tráfico. Cuando para la lluvia y sale el sol llega a hacer calor, pero enseguida cambia y empieza a llover de nuevo.

Aunque en esta primera parte de la etapa predomina el asfalto, las veces en las que se abandona para hacer algún recorrido por sendero, es cuando hay las cuestas más difíciles, que se complican aún más por el barro.

Hoy paso constantemente por aldeas y casas aisladas en un tipo de urbanización dispersa que, en cierta medida, recuerda a Galicia. La mayoría de casas no tienen ningún encanto especial, pero de vez en cuando se pasa por alguna “quinta” preciosa. En uno de los pueblos que cruzo, Albaiázere, paro a desayunar.

Los siguientes seis kilómetros son todos por asfalto y pasan por zonas de bosque y por plantaciones de olivos. En este tramo se hace un ascenso bastante continuado a un alto y luego se desciende hasta la aldea de Chão de Couce, donde empieza una pista. Aquí, como durante gran parte del día, el Camino de Santiago coincide con el de Fátima, aunque ahora éste va en sentido contrario, ya que Fátima está más al sur.

Al cabo de poco la pista se transforma en un precioso sendero delimitado por muros de piedra y que atraviesa un encinar. Es uno de los tramos más bonitos de esta zona montañosa que estoy cruzando hoy y que se conoce como la Serra de Sicó.

El sendero vuelve a desembocar en una pista que tras varios kilómetros por el bosque me lleva hasta Ansião, donde paro un momento a tomar un café y a esperar, porque está empezando a llover de nuevo. Al cabo de nada vuelve a salir el sol y continúo.

Los siguientes diez kilómetros hasta Alvorge siguen la misma tónica. La mayoría por pistas y senderos a través del bosque, salpicados de vez en cuando por parcelas en las que se cultivan olivos. Algunos de estos senderos recuerdan a las corredoiras gallegas. Constantemente se sube y baja, continuando la travesía de la Serra de Sicó. Cuando falta muy poco para entrar en Alvorge, de repente, tras unas horas en las que el tiempo ha aguantado bastante, empieza a llover fuerte. Entro en la población y me refugio bajo el toldo de un comercio a equiparme para la lluvia, aprovechando para reponer agua y comprar unos plátanos.

Desde aquí recorro, siempre por pistas y caminos, nueve kilómetros más entre un mar de olivos hasta Rabaçal, donde paro a comerme un bocadillo. Ahora voy más cerca del fondo de un valle y hay menos desniveles. Además de por muchísimos olivares, se pasa también por algunas zonas de viña.

Tras la pausa, continuó unos kilómetros más por el mismo paisaje de viñedos y olivos hasta que empiezo a remontar suavemente, alejándome del fondo del valle, y eso hace que empiecen a aparecer otras especies de árboles como pinos y eucaliptos. Hay un tramo en el que circulo por un sendero paralelo a un riachuelo. Luego acabo de ascender a un alto por una pista con muchísimo barro, y desde allí desciendo hasta las ruinas de la ciudad romana de Conímbriga.

A partir del yacimiento quedan dieciséis kilómetros hasta Coimbra, mayoritariamente por asfalto y sin ningún interés especial. Todavía hay tiempo, sin embargo, para un par de tramos por sendero que resultan ser de los más complicados del día, por las rampas que hay que ascender y por el barro que me encuentro. Ya cerca de la ciudad, los últimos kilómetros son una montaña rusa de subidas y bajadas que no se acaban nunca. Ha costado llegar, pero finalmente tengo Coimbra a mis pies. Ya solo queda descender, cruzar el puente sobre el río Mondego y entrar en el casco histórico, donde he llegado cerca de las siete de la tarde, en una larga jornada marcada todo el día por la lluvia intermitente.

Balance del día: 94,1 km y 1.505 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Día 9, de Coimbra a Porto (21/10/23)

Hoy salgo muy temprano, tanto que a las seis de la mañana estoy desayunando en el Café Flórida, junto a la estación de trenes, el único abierto a esa hora. Y poco después me pongo en marcha, cuando aún es noche cerrada, abandonando la ciudad por un carril-bici paralelo al río Mondego. Los primeros catorce kilómetros, hasta la aldea de Santa Luzia, son todos por asfalto, y los recorro a oscuras, iluminado por la luz de la bicicleta. Luego, cuando todavía está oscuro pero ya empieza a amanecer, tomo la primera pista del día a través de plantaciones de eucaliptos.

La pista termina en una carretera por la que sigo cruzando diversas aldeas, y poco después empieza a llover ligeramente, justo cuando afronto el primer tramo de sendero del día que serpentea entre olivos y viñedos. Así llego a Mealhada, una localidad más importante, y dos kilómetros más adelante cruzo Sernadelo.

Entre Sernadelo y Anadia hay un tramo de pista por una plantación de eucaliptos. Pero, aparte de estos breves momentos, la mayoría del camino es siempre por asfalto. Por calles y carreteras voy enlazando zonas residenciales, pueblos y zonas industriales. Aunque no lo parezca en las fotos, porque son de los tramos más interesantes, la zona que atravieso está tan densamente urbanizada que queda poco espacio para la naturaleza.

Como en las etapas anteriores, desde que enlacé con el Camino proveniente de Lisboa, voy adelantando peregrinos. No muchos, ocho o diez cada día, como máximo. La cosa cambiará radicalmente, intuyo, a partir de Oporto.

Así llego a Aguada de Baixo, donde paro a desayunar. Poco antes había pasado por la majestuosa Quinta da Grimpa, rodeada de viñas y dedicada a la producción de vinos de la denominación de origen Bairrada. Cuando paro eran las nueve de la mañana y ya llevaba recorridos 42 kilómetros.

Sigo recorriendo kilómetros y kilómetros de carreteras por zonas más o menos anodinas, incluyendo el cruce por diversos polígonos industriales que, afortunadamente, como es sábado están casi completamente desiertos. Más tarde empieza, de nuevo, a llover un poco, y paro un momento a refugiarme bajo un toldo, donde aprovecho para comerme un plátano. Poco después, al pasar por Pedaçães, en una fuente veo escritos los kilómetros que quedan a Santiago, 330, justo un tercio de la distancia total desde Faro.

Continúo hasta Albergaria-a-Velha, donde antes de llegar se pasa por uno de los escasos tramos de pista de la jornada. En este pueblo es donde originalmente tenía pensado acabar la etapa. Mis planes eran hacer un día hasta aquí, y al siguiente llegar a Oporto. Pero he decidido probar de hacer todo seguido para recuperar el día que estuve parado en Tomar a causa de la borrasca Aline. Así que a las 11:30 de la mañana llevo 65 kilómetros y me quedan otros tantos hasta Porto. Repongo fuerzas en un bar del mercado municipal de Albergaria-a-Velha en el que pruebo una especialidad local, el Sandes de Leitão, literalmente “bocadillo de cochinillo”. Tiene un toque ligeramente picante y está espectacular…

Entre Albergaria-a-Velha y Albergaria-a-Nova hay varios kilómetros por una pista entre eucaliptos. Estos tramos son perfectos para romper la monotonía de la etapa, aunque invariablemente, donde hay tierra, con el tiempo de estos días pasados, hay barro, y a veces en abundancia.

Más tarde paso por Bemposta, un pueblo que tiene una serie de casas antiguas muy interesantes y bien conservadas.

Llego a Oliveira de Azeméis, una gran población, en cuyo centro también hay algunas edificaciones interesantes. Además se expone un miliario, los mojones de carretera que había en las vías romanas y que otras veces he visto en diversos Caminos de Santiago, especialmente en la Vía de la Plata.

Continúo y más tarde cruzo un pequeño puente medieval, junto al que hay una casa con un hórreo. Era el primero que veía en Portugal, aunque luego, durante el resto de la jornada, he pasado por algunos más.

Poco después paso por la Vila de Cucujães, presidida por un gran monasterio benedictino, y situada en un alto. De hecho, en esta segunda mitad de la etapa todas las poblaciones importantes están en alto, com lo que se sube y baja constantemente. Ahora de nuevo desciendo fuertemente, cruzo una vía del tren, y vuelvo a ascender durante un par de kilómetros hasta llegar a São João da Madeira, una población importante en la que paro una vez más. Llevaba recorridos 95 km.

Los siguientes 25 son un continuo urbano en el área metropolitana de Porto. Por carretera se va enlazando un municipio tras otro, o con los inevitables polígonos industriales, áreas comerciales o zonas residenciales. En algún momento se pasa junto a alguna iglesia antigua o alguna casa interesante, pero en general no tiene excesivo interés.

Mi última parada es en una gasolinera en cuya tienda compro unos frutos secos y una bebida para reponer fuerzas antes de afrontar la recta final. Además, aprovecho para dar un manguerazo a la bici.

En medio de esta vorágine de cemento y asfalto, hay un sorprendente momento de calma cuando, a pocos kilómetros de la ciudad, el camino circula por un tramo bastante largo de auténtica calzada romana que atraviesa un bonito bosque.

Y finalmente entro en Vila Nova de Gaia, la población de la orilla sur del río, situada directamente frente a Porto. Recorro su larga Avenida da República y asciendo al Mosterio da Serra do Pilar, el monasterio que dispone de un mirador privilegiado sobre la ciudad. A un lado contemplo la orilla de Vila Nova de Gaia, con las famosas bodegas de los vinos de Porto, y al otro lado del Douro, la magnífica ciudad de Oporto. Y, uniéndolas, el puente metálico de Dom Luís I, por el que he de cruzar.

Pocas llegadas a grandes ciudades en los Caminos de Santiago permiten una panorámica “aérea” tan fabulosa como ésta. Contemplo la vista un rato mientras pienso en todo lo que ha costado llegar hasta aquí, hoy en esta larga etapa, y todos los días pasados desde que salí de Faro.

Ya solo queda descender del mirador, cruzar el puente entre cientos de turistas, y llegar hasta la Sé, la catedral de Porto, donde acabo la etapa. En la plaza frente al templo hay un mojón de la Xunta de Galicia con la distancia a Santiago: 248 km, ¡ya queda menos!

Balance del día: 131,6 km y 1.681 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Día 10, de Porto a Ponte de Lima (22/10/23)

Arranco callejeando por el centro de Porto. En el recorrido para salir de la ciudad paso por la Iglesia do Carmo, famosa por su fachada lateral recubierta de azulejos. Más adelante pasaría por otra menos conocida, en un barrio alejado del centro, con una fachada de azulejos igualmente impresionante. El camino se convierte en una larguísima carretera urbana que va cruzando diversos pueblos del área metropolitana de la ciudad. En uno de ellos, a siete kilómetros del inicio, hay la bifurcación entre el Camino Portugués de la Costa y el Central, que es el que yo seguiré. Ambos ramales volverán a unirse en Redondela (Pontevedra), 190 km más adelante.

Desde que he arrancado llueve ligeramente, pero en poco más de una hora para y ya aguantará así hasta el final del día. Mientras, continuó cruzando el extrarradio de Oporto por una carretera que va pasando un pueblo tras otro. En estas zonas urbanas, ver las flechas y seguir el itinerario se convierte en un ejercicio complicado.

Cuando llevo quince kilómetros cruzo una población llamada Moreira y después el gran polígono industrial de Maia. Afortunadamente es domingo por la mañana y está desierto. Tras el polígono parece que el entorno se vuelve más rural, y empiezo a ver algunos campos de cultivo.

Sigo avanzando y llego a Vilarinho donde paro a desayunar. En el centro de la localidad, junto a la iglesia y la cafetería en la que he parado, hay una curiosa estatua de un peregrino que parece un Playmobil. Algún día haré una recopilación de fotos del subgenero “estatuas de peregrinos en los Caminos de Santiago”, hay cada una…

A la salida de Vilarinho se cruza el largo puente medieval de Zameiro sobre el río Ave y se confirma que definitivamente el área metropolitana de Porto ha quedado atrás, ya que los siguientes kilómetros atraviesan una tranquilísima zona rural. Más adelante volvería a pasar otro puente medieval mucho más pequeño antes de entrar en São Miguel de Arcos, población presidida por una iglesia que también tiene la fachada totalmente decorada con azulejos.

Y así llego a São Pedro de Rates, donde paro a tomar un café. Desde aquí vienen varios kilómetros por pistas de tierra, probablemente el tramo más largo de los últimos dos o tres días. Sigo así, avanzando por zonas rurales y cruzando pequeñas aldeas, mientras me aproximo a la ciudad de Barcelos.

Cruzando el río Cávado por su puente medieval entro en el casco histórico de Barcelos, en cuyo recorrido aprovecho para comer un bocadillo en un café de una de sus plazas. Es una ciudad cargada de historia y con un importante patrimonio que, claro está, solo puedo ver superficialmente antes de seguir camino.

Desde que he salido de Porto he adelantado a muchos más peregrinos que en días anteriores, lo que era de esperar porque esta ciudad es un punto de inicio muy habitual. Pero además, hay otra cosa que ha cambiado y que es menos intuitiva: los ocho o diez peregrinos al día con los que me cruzaba desde que confluí con el camino procedente de Lisboa iban solos, la mayoría, o, como mucho, en parejas. En cambio ahora, entre los que han iniciado la ruta en Oporto, veo grupos de tres, cuatro, cinco o incluso más peregrinos. Se observa muy claramente que cuanto más larga es la ruta, menos personas componen “la expedición” (y también más ligera es la mochila, pero ese tema lo dejamos para otra ocasión).

Y mientras tanto sigo cruzando zonas rurales y me voy acercando al inicio de la subida a un pequeño alto, la Portela de Tamel. El ascenso es progresivo durante dos o tres kilómetros y pronto lo culmino. En el alto hay una capilla y un albergue.

Desciendo y continuo en la misma tónica, por multitud de caminos de todo tipo entre campos, bosques y cruzando la ocasional aldea. A medida que avanzo hay cada vez más viñedos, pues voy entrando en la zona donde se producen los conocidos como Vinhos Verdes.

Unos kilómetros más tarde paso junto a la iglesia de Vitorino dos Piães, rodeada de olivos, desde la que se inicia un ascenso hasta un nuevo alto, la Portela da Facha. En el tramo final, por un sendero lleno de piedras, hay unos cien metros no ciclables que hay que subir a pie, hasta desembocar en una carretera.

Y desde ahí se inicia el descenso por un sendero por un bosque, uno de los tramos más bonitos del día.

Al llegar al fondo del valle continúo recorriendo este territorio salpicado de viñedos hasta llegar a la orilla del río Lima, que sigo un par de kilómetros hasta entrar en Ponte de Lima, la localidad en la que acabaré la etapa.

Ponte de Lima, como su nombre sugiere, nació alrededor del puente, que ya desde tiempos romanos, se ubicó aquí para cruzar el río Lima. Aún hoy conserva cinco arcos de época romana y otros quince construidos en la Edad Media. Mañana, cruzándolo como se viene haciendo desde el siglo I, seguiré rumbo norte hacia Galicia, de la que me separan apenas 35 kilómetros… ¡ya se huele a pulpo a feira!

Balance del día: 91,0 km y 1.167 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Día 11, de Ponte de Lima a Pontevedra (23/10/23)

Salgo bajo la lluvia, un día más, para cruzar los más de 300 metros del puente romano-medieval que da nombre a Ponte de Lima. Al otro lado tomo un sendero que va paralelo a un riachuelo, sin casi espacio para pasar con la bici.

En los siguientes kilómetros voy cruzando un territorio en el que sigue predominando la viña para la producción de los Vinhos Verdes, mientras voy acercándome a una zona más montañosa.

Enseguida empieza un ascenso, al principio suave, y el paisaje va cambiando. Desaparecen los cultivos y empiezo a cruzar zonas boscosas. Porque, como en todos los Caminos de Santiago, para llegar a Galicia hay montañas que cruzar y, para ello, he de subir el Alto da Portela Grande de Labruja.

Hay un primer tramo precioso de ascenso por un bosque, siguiendo el río Labruja, que me lleva hasta la aldea de Codeçal, donde en una pequeña tienda-bar junto a la ermita de Nossa Senhora das Neves paro a tomar un café. Por el momento sigue lloviendo.

Desde aquí hay un par de kilómetros por una pista asfaltada donde la pendiente es relativamente suave. El paisaje es muy bonito. Este tramo me lleva a un último grupo de casas, y cuando lo atravieso empieza un sendero con pendientes muy fuertes. Hay algún tramo pedregoso no ciclable, pero poco a poco voy ganando altura.

Al final el sendero desemboca en una pista por la que todavía queda ascenso, pero se hace un poco más llevadero. Aunque no dura mucho, pronto se deja la pista por un nuevo tramo de sendero, el más complicado de todos, y donde hay que arrastrar la bici unos 100 metros al inicio y otros 200 al final, que es la parte más dura.

Cansado y embarrado llego al Alto da Portela Grande de Labruja. Ahora la lluvia ha parado y aparentemente, hacia el lado que hay que bajar, hace más sol. Un cruce de caminos y un extraño monumento hecho con troncos es la única indicación de haber llegado al alto, pero indudablemente a partir de aquí ya no se puede subir más y empieza el descenso. Al contrario que en otros caminos, subir a un puerto no significa entrar en Galicia, porque aquí la frontera natural la marca el río Miño, para el que faltan poco más de veinte kilómetros.

Desciendo por bonitos senderos y continúo circulando por los últimos kilómetros en tierras portuguesas de este camino. Predominan los senderos y tramos de pista, y hay bastante barro.

Finalmente llego a Valença do Minho, última población portuguesa, y, sin subir a la fortaleza que la preside en lo alto, encaro el puente internacional metálico que cruza el Miño. Mientras lo hago, pienso en el fabuloso país que acabo de cruzar en toda su extensión, de sur a norte, y en los preciosos paisajes del Alentejo y Ribatejo que he tenido ocasión de transitar. Y si más al norte ha habido tramos menos interesantes paisajísticamente, a cambio disponen de un patrimonio espectacular en ciudades como Tomar, Coimbra, Porto, Barcelos, Ponte de Lima… Sin duda, volveré.

Y al otro lado, ¡Galicia! En Tui, la primera población a la que se llega tras cruzar el Miño, entro siguiendo las flechas en la parte antigua, situada en alto, buscando un lugar donde comer algo. Eran las tres de la tarde y, aunque originalmente iba a parar mucho antes, había aguantado hasta entrar en Galicia porque soñaba con una tortilla de patatas… Pero no veo ningún sitio que me entusiasme, solo restaurantes muy turísticos, y decido tirar un poco más a ver que encuentro más adelante.

Sigo por tramos de carretera y de pistas a través de bonitos bosques, hasta que finalmente paro a comer en Ribadelouro, siete kilómetros después. Pero no tenían tortilla, así que el “antojo” tendrá que esperar. Continúo por zonas boscosas y más adelante cruzo el pequeño río San Simón por el Ponte das Febres, de origen medieval, enclavado en un entorno idílico.

Pero como no todo puede ser bonito, poco después toca la travesía del gran polígono industrial de Porriño que, junto al cruce por el propio municipio, supone en total varios kilómetros de zonas para olvidar. En realidad puede evitarse, porque hay señalizada una ruta alternativa que da un rodeo por la montaña, alejándose del polígono, pero era muy tarde y no podía alargar el recorrido.

Pasado Porriño paso por el mojón que indica el kilómetro 100 delante de una extraña pared hecha con neumáticos, y poco después por Mos, con su pazo de los Marqueses y su iglesia.

Desde aquí se inicia un nuevo ascenso a un alto, de forma progresiva y combinando tramos de asfalto con otros de pista. Mientras subía ha empezado a llover, al principio de forma suave. Una vez arriba paso por la capilla de Santiaguiño y un miliario romano, y empiezo, ahora con lluvia más intensa, un largo descenso de seis kilómetros hasta Redondela. Mientras bajaba, a mi izquierda y entre los árboles veo el mar, por primera vez desde que salí de Faro. La parte que contemplo es el extremo interior de la ría de Vigo.

En Redondela es donde el Camino Portugués de la Costa, que se inició a la salida de Oporto, vuelve a juntarse con el Portugués Central. Ya unidos en uno solo continúo bajo la lluvia cruzando la provincia de Pontevedra. Después atravieso el puente medieval de Pontesampaio sobre el río Verdugo, poco antes de su desembocadura en esa misma ría.

Sigo adelante, ahora ya lloviendo de forma constante. Casi al final de la etapa hay un tramo complicado con un ascenso por un sendero pedregoso en el que hay que arrastrar la bici. Finalmente, agotado y empapado, llego a la ciudad de Pontevedra cuando está empezando a oscurecer.

Y aquí, en una taberna del casco histórico de Pontevedra, si cayeron, finalmente, la tortilla de patatas y el pulpo. Un final digno de una etapa durísima. Y mañana, ¡a Santiago!

Balance del día: 90,7 km y 1.499 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Día 12, de Pontevedra a Santiago de Compostela (24/10/23)

Llueve, lo que no es novedad, pero hoy lo hace con mayor intensidad que cualquiera de los días anteriores. Así que, bajo un aguacero, me pongo en marcha callejeando por las calles medio desiertas del casco antiguo de Pontevedra. Luego cruzo el río Lérez por el puente do Burgo y abandono la ciudad.

Durante los primeros quince kilómetros hay muy poca luz, ya que, aunque está amaneciendo, la tormenta hace que el cielo se mantenga bastante oscuro. Los paisajes que se ven, o se intuyen, son bonitos. Así llego a Briallos, donde paro a tomar un café.

A las diez y media, tras dos horas de lluvia intensa, parece que afloja. No para, pero se suaviza, aunque dura poco, media hora después se recrudece y vuelve el aguacero. El entorno sigue siendo agradable: sendas, pistas, carreteras, bosques, cultivos, sube, baja… una etapa típicamente gallega, como el tiempo de hoy.

Paso Caldas de Reis sin detenerme y, más adelante, cruzo el puente de Pontecesures sobre el río Hulla. Tanto ayer en Portugal como en lo que llevo recorrido en Galicia, de vez en cuando hay señalizaciones de la Vía Romana XIX, un recordatorio de que por aquí pasaba esta importante calzada entre Bracara Augusta (la actual Braga, en Portugal) y Asturica Augusta (Astorga), pasando por Ponte de Lima, Tuy, Pontevedra o Lugo. Los caminos de peregrinación en la Edad Media en gran parte siguieron estas antiguas vías romanas.

Voy adelantando peregrinos a pie, y en un día en que con la lluvia intensa he podido hacer pocas fotos, en la mayoría aparece algún peregrino caminando penosamente bajo la tormenta. Nunca deja de sorprenderme la cantidad de personas de toda condición que se concentran en los Caminos de Santiago (que nos concentramos, mejor dicho). Y aún más sorprende ver gentes venidas de muy lejos. Me fascina, por ejemplo, la enorme cantidad de coreanos que dedican un mes de sus vacaciones a caminar en el otro extremo del mundo, para ellos, y con una cultura tan diferente a la suya.

Y, en el Camino Portugués en particular, hay muchos americanos, del norte y del sur. La facilidad de volar a los aeropuertos internacionales de Lisboa o de Porto hace que sea un Camino elegido por muchos que han de desplazarse desde lejos.

Llego a Padrón, la que da nombre a la famosa variedad de pimientos “que unos pican y otros no”, y paro a desayunar un pincho de tortilla, hoy sí, mientras fuera sigue lloviendo intensamente. Después continúo avanzando, con la dificultad añadida del barro en los caminos, en una jornada en la que solo quieres llegar, sin fijarte mucho en por donde pasas. Si ya es así en el último día de cualquier Camino, hoy, con la tormenta, aún se agudizan más las ganas de terminar de una vez.

Poco antes de pasar el indicador del kilómetros diez, sale momentáneamente el sol, y aparece brevemente un arcoíris. Enseguida vuelve a llover.

Y al final, todo acaba. De forma casi imperceptible, un tramo de carretera asfaltada se transforma en una avenida y, sin ningún cartel que lo indique, entro en el casco urbano de Santiago. Sigo avanzando, hasta llegar a la parte antigua y, por la Rúa do Franco, accedo a la Plaza del Obradoiro, kilómetro cero de todos los Caminos de Santiago.

Como todos, ha costado mucho. Han sido jornadas muy largas marcadas por la lluvia de los últimos días, pero aquí estoy. Otro Camino fabuloso, intenso, del que me llevo un montón de recuerdos y experiencias.

Ya solo queda celebrarlo con una buena comida con mis amigos Mónica y Jorge que han venido desde Coruña, Ultreia y ¡buen camino!

Balance del día: 66,7 km y 932 m de desnivel positivo acumulado.

Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:

Balance total del Camino Portugués Central entre Faro y Santiago de Compostela: 1.017,87 km y 12.168 m de desnivel positivo acumulado.