Inicio la etapa afrontando el último gran obstáculo de todo este Camino, la Horcada de Valcavao, el puerto que me permitirá salvar definitivamente los Picos de Europa, y para ello he de ascender cerca de mil metros de desnivel en los próximos diez kilómetros. Las primeras rampas me llevan de Espinama al cercano núcleo de Pido, desde donde tomo una pista que me va adentrando en las montañas. Mientras avanzo tengo a mi derecha, cubiertos por la niebla, los picos del circo de Fuente Dé, a pocos kilómetros de aquí, donde nace el Deva, el río que me acompañó durante toda la jornada de ayer, y del que ahora me separo definitivamente.

La ascensión, mayoritariamente por una pista forestal, es progresiva. Cuando llevo aproximadamente un tercio paso por las invernales de las Berrugas. En la Cordillera Cantábrica se conoce como “invernales” a edificaciones aisladas destinadas a albergar el ganado, generalmente situadas en prados de altura. Tienen una gran similitud con lo que en gran parte de los Pirineos se conoce como “bordas”.

A medida que gano altitud, el paisaje es cada vez más bonito. Dejo de circular por el interior de bosques, aparecen los pastos de alta montaña y puedo ver el paisaje de montañas que me rodea.

En algún momento de estos primeros kilómetros del día, y sin nada que lo indique, cruzo el límite entre Cantabria y la provincia de León, en Castilla y León. La tranquilidad es absoluta, solo los cencerros del ganado que pasta en los prados y el agua de los riachuelos rompen el silencio de las montañas.

Sigo remontando rodeado de un paisaje magnífico y tras un último repecho en el que, para salvar un fuerte desnivel, la pista traza unas “zetas”, alcanzo la Horcada de Valcavao.

Leo, como curiosidad, que con sus 1.794 metros este collado es el de mayor altitud por el que se cruza en cualquiera de los Caminos de Santiago señalizados. Mientras contemplo la vista de los Picos de Europa pienso también en que para llegar hasta aquí desde San Vicente de la Barquera he tenido que ascender unos 3.800 metros en 90 kilómetros, en cambio por delante quedan solo 400 metros de desnivel en los 115 kilómetros que restan para llegar a Mansilla de las Mulas, ¡las subidas se han terminado!

Inicio el descenso por la misma pista y poco después paso por un chozo, una cabaña tradicional de piedra y ramas empleada por pastores trashumantes para cobijarse. Paro a su lado a comerme un plátano y unas galletas.

El paisaje sigue siendo magnífico, rodeado de montañas, pastos y bosques. En la distancia veo algunas pequeñas aldeas del valle de Valdeón, en las que se produce un queso azul muy conocido.
La pista continúa descendiendo hasta llegar al Puerto de Pandetrave, donde hay un mirador y por donde pasa una carretera de montaña.

Los siguientes tres kilómetros sigo un sendero entre pastos que está totalmente invadido por las hierbas y que prácticamente hay que intuir. De hecho, en Gronze, la web de referencia de los Caminos de Santiago, describen que hay que seguir por la carretera ya que “había una senda alternativa pero está impracticable”. Pero he visto una señal al inicio que dirigía hacia el sendero y he decidido seguirlo. Suerte que el GPS mejora enormemente la intuición…

Aunque acabo desembocando en la carretera, en los siguientes kilómetros en tres ocasiones más la señalización del Camino dirige a senderos laterales para recorrer algún tramo fuera del asfalto. Ninguno es tan complicado como el primero y sirven para romper la monotonía de la carretera.
A las dos de la tarde entro en Portilla de la Reina. Hacía calor y en una fuente puedo beber y recargar de agua, y cuando pensaba que no encontraría nada para comer, la última casa del pueblo, que es el albergue, también tiene el único bar, donde puedo tomarme un bocadillo.

La siguiente localidad, Barniedo de la Reina, está a ocho kilómetros que se hacen íntegramente por la carretera nacional. Aunque con escaso tráfico, no deja de ser bastante desagradable. El paisaje a mi alrededor continúa siendo montañoso mientras voy descendiendo de los Picos de Europa por el fondo del valle del Río Yuso.
Cuando llego a Barniedo son las cuatro de la tarde, en un día de agosto, con el sol cayendo a plomo. Ni un alma en la calle, como un pueblo fantasma. Afortunadamente encuentro un bar y hago una nueva parada para hidratarme y comerme un helado.

En los siguientes kilómetros sigo descendiendo el valle, avanzando paralelo al río Yuso, pero ahora por una pista que va por el lado opuesto del río, mucho más agradable que la carretera. Por ella llego a Villafrea de la Reina, otra localidad con el mismo topónimo. De hecho, toda esta comarca es conocida como Tierra de la Reina, aunque hay varias teorías sobre qué reina dio origen al nombre.

Poco después llego a Boca de Huérgano y continúo hasta acercarme a la orilla del pantano de Riaño. Construido en los 70 y puesto en funcionamiento en 1985, recuerdo cuando era niño la lucha de los últimos moradores de los pueblos que quedaron anegados por el embalse por no ser desalojados de sus casas. Los últimos kilómetros del día voy bordeando su orilla norte hasta acabar la etapa en el núcleo del Riaño actual, el asentamiento construido para realojar a las personas expulsadas de los nueve pueblos que desaparecieron bajo las aguas.

Balance del día: 45,4 km y 1.069 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación: