Abandono San Vicente de la Barquera, alejándome del mar, por un par de kilómetros de asfalto, al inicio, y luego por una pista forestal. Enseguida estoy circulando entre colinas verdes, tan características de la costa Cantábrica.

Entre pastos ganaderos llego a Serdio y, poco después, al punto en el que los caminos del Norte y Lebaniego se separan, unos siete kilómetros desde el inicio de la etapa en San Vicente. Continúo, y un cuarto de hora más tarde, mayoritariamente por senderos entre helechos y zonas boscosas, entro en Muñorrodero, donde paro a desayunar, en el que será el último bar que encontraré en toda la etapa.

Desde el pueblo el Camino Lebaniego prosigue por la senda fluvial del Nansa, un itinerario señalizado por la ribera de este río, acondicionado como recorrido senderista y naturalista a partir de la unión de los diversos senderos utilizados tradicionalmente por los pescadores de salmón para acceder a sus cotos de pesca.

El recorrido es precioso. Predomina la vegetación de ribera como sauces y alisos, combinados con tramos de castaños, avellanos o encinas. En las zonas en las que el río es más estrecho se salvan desniveles por pasarelas y escaleras.

Hay un punto en el que está señalizada una variante alejándose del cauce del río, pensada para cuando el nivel del agua está alto, y otra para la época estival, es decir cuando hay menos agua. Prosigo por ésta, que me lleva a cruzar el río por un vado, haciendo equilibrios de piedra en piedra.

Más adelante, a unos unos ocho kilómetros desde el inicio de la senda fluvial, llego a la pequeña central hidroeléctrica de Trascudia. Aquí hay una fuente, una máquina de bebidas en medio de la nada y una pequeña área de descanso, donde paro un rato. Luego, el sendero se aleja momentáneamente de la orilla del río, ascendiendo un fuerte repecho por una de las laderas hasta descender por el lado contrario y acortar así uno de los meandros del Nansa. Cuando vuelvo a alcanzar el cauce estoy a la altura del puente del Tortorio, construido en 1761.

Cruzo el puente y sigo por una pista asfaltada hasta llegar a unas casas de turismo rural, en las que han preparado lo que han bautizado como “rincón del peregrino”, un trozo de césped con mesa y sillas, algo de sombra y una máquina expendedora. Aprovecho para beberme un Aquarius y comerme un plátano y unas galletas que llevaba.
En este lugar, el Camino Lebaniego continúa oficialmente por una carretera local que en 5,7 kilómetros lleva a Cades. Sin embargo, la misma senda fluvial que he seguido desde Muñorrodero continúa desde aquí y también lleva a Cades, por lo que mayoritariamente se utiliza esta alternativa, algo más corta, 4 kilómetros, pero sobre todo muchísimo más interesante que la carretera. Así que prosigo por la senda, que en este tramo parece una montaña rusa, subiendo y bajando constantemente.

Quinientos metros antes de Cades el sendero desemboca en una carretera asfaltada por la que se entra en la población. Es un municipio de casas muy diseminadas, por lo que realmente no se tiene la sensación real de cruzar un casco urbano. La carretera ya no se abandona, ya que los siguientes once kilómetros transcurren por ella, totalmente diferentes a los que acabo de hacer por la preciosa senda fluvial del Nansa.

No hay más remedio, así que voy recorriendo los kilómetros de asfalto cruzando varias aldeas sin servicios que mantienen, en general, las fachadas de piedra y los tejados de teja roja tradicional. El paisaje es bonito, aunque ir caminando por carretera nunca es excesivamente agradable.

En Sobrelapeña, y posteriormente en Lafuente, veo que algunas casas tienen sus propios manzanos, de los utilizados habitualmente para la elaboración casera de sidra.

Desde la salida de San Vicente de la Barquera el camino ha ido ascendiendo de forma constante pero suave, y salvo algún momento puntual casi ni se notaba la subida. Sin embargo, en estos kilómetros por carretera tras finalizar la senda fluvial, la pendiente ha empezado a ser mayor, y a partir de Lafuente ya se ha incrementado de forma notable, ya que se inicia el ascenso al único alto del día, el Collado de Hoz.
Al pasar por la aldea de Burió paro un rato junto a una fuente a comer unos frutos secos, antes de continuar por una pista cementada con tramos de fuerte pendiente.

A medido que asciendo el paisaje es cada vez más bonito. Tras un par de kilómetros de fuerte subida la pista acaba desembocando en una carretera asfaltada, por la que unos cientos de metros después corono el Collado de Hoz, de 656 metros de altitud.

Justo en el Collado se abandona el asfalto para tomar un camino ganadero que desciende durante un par de kilómetros, hasta llegar al primer núcleo del valle, Cicera, donde finalizo la etapa.

Balance del día: 40,7 km y 1.066 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación:
Juan Ramón! de nuevo te acompañamos en una ruta. Gracias por compartir estos sitios tan maravillosos. Espero que disfrutes mucho y nosotros contigo!