Entre Bilbao y Portugalete hay dos opciones. La más tradicional y oficial da un largo rodeo por poblaciones industriales sin un excesivo encanto de la margen izquierda del Nervión y, para evitarlas, hay una alternativa señalizada que sigue la margen derecha de la ría hasta Getxo para desde allí cruzar a Portugalete, en la orilla opuesta. No es una alternativa maravillosa, ya que pasa por zonas industriales y además el paisaje que se contempla es el del otro lado del Nervión, con abundancia de fábricas abandonadas y en estado decadente, pero al menos es 7,5 km más corta que el itinerario tradicional y totalmente llana. Es la que elijo yo ya que, puestos a pasar por zonas degradadas y faltas de encanto, cuanto más corto y más rápido se supere, mejor.
Para ello me pongo en marcha muy temprano, cuando la ciudad aún duerme, para desde la catedral enfilar hacia el ayuntamiento y empezar a seguir los paseos que se van sucediendo a la orilla del Nervión.

Enseguida cruzo por delante del Museo Guggenheim y del nuevo San Mamés, el estadio del Atlhletic Club, y, tras pasar por la zona de Deusto, dejo atrás el área urbana de la ciudad.

Se pasa por algunas zonas residenciales y por otras industriales de municipios como Lutxana y Erandio, pero se avanza rápido y a las 9 de la mañana estoy en Getxo junto al puente colgante conocido como Puente de Vizcaya con el que voy a cruzar al otro lado de la ría.

Este puente tiene la particularidad de ser un transbordador para personas y vehículos, mediante una cesta colgante en la que se embarcan y que se desplaza de una ribera a la otra colgada por cables de la estructura del puente. Fue el primero de este tipo en ser construido en el mundo, a finales del siglo XIX, y es uno de los ocho que aún quedan en funcionamiento. Está declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Y con él cruzo al otro lado y ya estoy en Portugalete donde paro a tomar un café.

Para ascender de la parte baja de Portugalete, donde me ha dejado el puente colgante, hasta la zona alta, hay, curiosamente, tramos de rampas mecánicas, ¡así da gusto! Lástima que no duran mucho, y una vez cruzada la ciudad, se inicia un larguísimo bidegorri o carril-bici (con carril peatonal incorporado) que seguiremos durante 11 kilómetros hasta la playa de La Arena, la primera vez que me acercaré al mar desde que pasé por Deba hace cuatro días.

A las 11 llego a la playa de La Arena después de haber caminado 27 km. Según la previsión sobre esta hora debía empezar a llover, y este ha sido uno de los motivos para madrugar tanto, intentar avanzar lo más posible antes de que lloviera. De momento el cielo está completamente tapado pero, aunque por el camino de vez en cuando ha caído una ligera llovizna, todavía aguanta. Paro en la primera cafetería que veo frente al mar y encuentro a tres peregrinos franceses, un suizo y un israelí con los que había coincidido en los dos días anteriores. Ellos han tomado entre Bilbao y Portugalete una tercera alternativa que no es ni la tradicional más larga ni la de la ría que he seguido yo, la suya ha sido coger el metro hasta Portugalete… y por tanto llevan andados la mitad de kilómetros que yo.

Después de comerme un pincho de tortilla continúo cruzando las dunas y la propia playa a través de pasarelas y llego a la cercana Pobeña. Desde aquí, subiendo un tramo de escaleras muy empinado se enlaza con una vía verde, un antiguo ferrocarril minero reconvertido ahora en sendero que circula al borde del mar durante los próximos 6 kilómetros. Hasta los años 70 del siglo pasado este ferrocarril trasladaba el mineral de las minas de la zona a los cargaderos situados en los acantilados de Pobeña y de Ontón, donde se embarcaba hacia Gran Bretaña.

Durante el recorrido por la vía verde se puede divisar en la distancia, casi tapado por la niebla, Castro Urdiales, mi destino de hoy. Ahora ya llueve constantemente, aunque por el momento de forma ligera. La vía verde termina en las ruinas de las instalaciones de carga de El Piquillo, donde antaño se cargaban barcos y ahora pastan las cabras.

Desde aquí dejamos la costa para entrar unos cientos de metros tierra adentro hasta alcanzar Ontón, el primer pueblo de Cantabria.
En el centro de Ontón una marca amarilla en el pavimento nos presenta dos alternativas que gráficamente han bautizado como “Castro long way” y “Castro short way”, dando la primera un mayor rodeo por la montaña. Yo, que llevo ya 34 km hoy, tomo sin dudar el short way. Esta opción sigue durante 5 kilómetros el arcén, a veces muy escaso, de la carretera N634 y, ahora que ya está lloviendo fuerte, no es demasiado agradable. Por fin, al llegar al pueblo de Mioño dejo la carretera para tomar un último tramo de otra vía verde que me deja en el barrio Brazomar de Castro Urdiales.

Desde aquí aún quedan dos o tres kilómetros hasta el bonito centro histórico de Castro donde llego sobre las tres de la tarde completamente empapado. Por el momento el resto del día ha seguido lloviendo intermitentemente, veremos mañana…

Balance del día: 42,9 km con 506 m de desnivel positivo acumulado.
Hoy has completado una Marathon larga y pasada por agua. Un abrazo
Muchas gracias, allá voy de nuevo!