Arranco callejeando por el centro de Porto. En el recorrido para salir de la ciudad paso por la Iglesia do Carmo, famosa por su fachada lateral recubierta de azulejos. Más adelante pasaría por otra menos conocida, en un barrio alejado del centro, con una fachada de azulejos igualmente impresionante. El camino se convierte en una larguísima carretera urbana que va cruzando diversos pueblos del área metropolitana de la ciudad. En uno de ellos, a siete kilómetros del inicio, hay la bifurcación entre el Camino Portugués de la Costa y el Central, que es el que yo seguiré. Ambos ramales volverán a unirse en Redondela (Pontevedra), 190 km más adelante.

Desde que he arrancado llueve ligeramente, pero en poco más de una hora para y ya aguantará así hasta el final del día. Mientras, continuó cruzando el extrarradio de Oporto por una carretera que va pasando un pueblo tras otro. En estas zonas urbanas, ver las flechas y seguir el itinerario se convierte en un ejercicio complicado.
Cuando llevo quince kilómetros cruzo una población llamada Moreira y después el gran polígono industrial de Maia. Afortunadamente es domingo por la mañana y está desierto. Tras el polígono parece que el entorno se vuelve más rural, y empiezo a ver algunos campos de cultivo.

Sigo avanzando y llego a Vilarinho donde paro a desayunar. En el centro de la localidad, junto a la iglesia y la cafetería en la que he parado, hay una curiosa estatua de un peregrino que parece un Playmobil. Algún día haré una recopilación de fotos del subgenero “estatuas de peregrinos en los Caminos de Santiago”, hay cada una…

A la salida de Vilarinho se cruza el largo puente medieval de Zameiro sobre el río Ave y se confirma que definitivamente el área metropolitana de Porto ha quedado atrás, ya que los siguientes kilómetros atraviesan una tranquilísima zona rural. Más adelante volvería a pasar otro puente medieval mucho más pequeño antes de entrar en São Miguel de Arcos, población presidida por una iglesia que también tiene la fachada totalmente decorada con azulejos.

Y así llego a São Pedro de Rates, donde paro a tomar un café. Desde aquí vienen varios kilómetros por pistas de tierra, probablemente el tramo más largo de los últimos dos o tres días. Sigo así, avanzando por zonas rurales y cruzando pequeñas aldeas, mientras me aproximo a la ciudad de Barcelos.

Cruzando el río Cávado por su puente medieval entro en el casco histórico de Barcelos, en cuyo recorrido aprovecho para comer un bocadillo en un café de una de sus plazas. Es una ciudad cargada de historia y con un importante patrimonio que, claro está, solo puedo ver superficialmente antes de seguir camino.

Desde que he salido de Porto he adelantado a muchos más peregrinos que en días anteriores, lo que era de esperar porque esta ciudad es un punto de inicio muy habitual. Pero además, hay otra cosa que ha cambiado y que es menos intuitiva: los ocho o diez peregrinos al día con los que me cruzaba desde que confluí con el camino procedente de Lisboa iban solos, la mayoría, o, como mucho, en parejas. En cambio ahora, entre los que han iniciado la ruta en Oporto, veo grupos de tres, cuatro, cinco o incluso más peregrinos. Se observa muy claramente que cuanto más larga es la ruta, menos personas componen “la expedición” (y también más ligera es la mochila, pero ese tema lo dejamos para otra ocasión).
Y mientras tanto sigo cruzando zonas rurales y me voy acercando al inicio de la subida a un pequeño alto, la Portela de Tamel. El ascenso es progresivo durante dos o tres kilómetros y pronto lo culmino. En el alto hay una capilla y un albergue.

Desciendo y continuo en la misma tónica, por multitud de caminos de todo tipo entre campos, bosques y cruzando la ocasional aldea. A medida que avanzo hay cada vez más viñedos, pues voy entrando en la zona donde se producen los conocidos como Vinhos Verdes.

Unos kilómetros más tarde paso junto a la iglesia de Vitorino dos Piães, rodeada de olivos, desde la que se inicia un ascenso hasta un nuevo alto, la Portela da Facha. En el tramo final, por un sendero lleno de piedras, hay unos cien metros no ciclables que hay que subir a pie, hasta desembocar en una carretera.

Y desde ahí se inicia el descenso por un sendero por un bosque, uno de los tramos más bonitos del día.

Al llegar al fondo del valle continúo recorriendo este territorio salpicado de viñedos hasta llegar a la orilla del río Lima, que sigo un par de kilómetros hasta entrar en Ponte de Lima, la localidad en la que acabaré la etapa.

Ponte de Lima, como su nombre sugiere, nació alrededor del puente, que ya desde tiempos romanos, se ubicó aquí para cruzar el río Lima. Aún hoy conserva cinco arcos de época romana y otros quince construidos en la Edad Media. Mañana, cruzándolo como se viene haciendo desde el siglo I, seguiré rumbo norte hacia Galicia, de la que me separan apenas 35 kilómetros… ¡ya se huele a pulpo a feira!

Balance del día: 91,0 km y 1.167 m de desnivel positivo acumulado.
Puedes obtener el track en Wikiloc aquí y ver el recorrido realizado en esta animación: